Condena
Mis pupilas se alzan vacías,
cautivas del cielo enlutado,
mi pecho, presa del afilado pico de la guadaña,
mis manos, yermas como la tierra infértil,
arañan la nada, buscando tu esencia.
Esperando el fin que con ansias susurra tu nombre.
Y el silencio que sigue a la muerte es todo lo que poseo.
Mas no temo el abismo que aguarda,
pues en él hallaré consuelo:
Llevaré en mi alma tus dolores impíos,
en un pedazo de papel, sangrado con las palabras
que mi alma escribe en su agonía,
hasta que el fuego de mi devoción los consuma.
Sabrás que, aun en la amarga senda que sigo,
tu nombre será mi plegaria.
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