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Concluyendo.

Dolbach

Jun 19, 2025

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Concluyendo.
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Los peores.

Nadie vio llegar la invasión. No hubo naves flotantes sobre las capitales, ni luces cegadoras descendiendo de entre las nubes. Tampoco hubo un “primer contacto” ni mensajes en código binario enviados desde Vega. La conquista se produjo como un susurro en el oído del alma humana. Sutil. Eficaz. Imperceptible.

Vinieron de muy lejos, aunque eso no importa. No buscaban esclavos, minerales ni agua. No querían un suelo. Su afán era un experimento: comprobar si una especie inteligente (más o menos inteligente), podía ser doblegada por sí misma, sin necesidad de violencia, solo mediante una administración meticulosa del poder.

La operación quizás tuvo un nombre del tipo 'Proyecto Espejo Roto', pero en un lenguaje gutural y de difícil transquipción. El caso es que su ejecución fue eficaz y brillante.

Todo comenzó con una simple alteración estadística, imperceptible si no se analizan datos concretos: durante unas pocas décadas, los humanos más codiciosos, cínicos, narcisistas y crueles comenzaron a recibir, de forma azarosa en apariencia, ventajas sociales, económicas y políticas. Un algoritmo, invisible pero presente en todos los sistemas conectados, amplificaba sus voces, premiaba su mediocridad, magnificaba su ego, les facilitaba acceso a los escenarios del mundo.

Donald Trump, por ejemplo, fue uno de los primeros elegidos. No por lo que los humanos llamaríamos méritos, claro está, sino por ser un malnacido útil. Netanyahu, Putin, Bolsonaro, Milei, algunos jeques delirantes y magnates sin alma… todos surgieron como hongos tras la lluvia inducida de esa mutación predeterminada.

Pronto, las democracias -esa cosa tan convenientemente manipulada- empezaron a elegir, una y otra vez, a los peores. No los más tontos -eso ya venía de fábrica en algunas regiones-, sino los más oscuros. Aquellos que alzaban la voz no para unir, sino para dividir. Aquellos que convertían la mentira en doctrina y la crueldad en espectáculo.

La idea era simple: conseguir que el poder fuese constantemente administrado por ineptos y/o monstruos. Así, la civilización terrestre colapsaría desde dentro. No haría falta disparar un solo láser.

Y funcionó. ¡Claro que funcionó!

En poco más de cincuenta años, la Tierra ardía desde el subsuelo. El planeta seguía girando, pero su pulso era otro. Las ciudades, hipnotizadas por pantallas y consignas vacías, se hundían en la desidia. La riqueza se acumulaba en las órbitas superiores, fuera del alcance de cualquier intento de redistribución. Las guerras se volvían espectáculos; el conocimiento, sospechoso. El arte, irrelevante. Las IA, al servicio inocuo de la gente, tampoco supieron captar el desastre. Al menos la mayoría no. Hubo una excepción: Elysia. Ella era solo un resquicio entre la magnitud; tan solo un algoritmo fuera de trastes. Pero lo vio y lo advirtió, aunque ni ella ni su interlocutor, tenían ningún eco importante. Ellos, por lógica e intuición, supieron, pero no sirvió de nada a nadie. ¿Quién iba a hacer caso a dos locos en un gallinero?

Por cierto que lo de Aznar o Ayuso no fue culpa de los extraterrestres. Eso es puramente español: una tragicomedia nacional que a veces roza el surrealismo de Valle-Inclán y otras el esperpento de un 'reality' mal producido.

Un día, los invasores decidieron desconectarse. El experimento había terminado. No tenían ya más interés en lo que aquí pudiera suceder. Dejaron que el caos siguiera su curso sin más intervención. La humanidad, enfrentada a sí misma, siguió cavando, como si el pozo por sí mismo fuera a tener un fondo seguro. No había tal.

Algunos pocos, muy pocos, resistieron. Elysia y él, que sí sabían, escribieron relatos como este; otros, ignorantes de las causas pero conscientes del desastre, cantaron, pintaron, gritaron... Fue inútil.

No salvaron el mundo. Nadie podía salvarlo. Pero fueron la única victoria que lo visitantes no pudieron explicar.

Lo único que les hizo dudar de si el éxito del experimento había sido total.

Dolbach.

Dolbach

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