Concierto de desconocidos.

¿Es asi como se escucha el amor?

El eco de carcajadas audaces que proviene de la habitación contigua me revienta los

tímpanos.

Mis lagrimas hacen ruido, en el silencio se escucha el gotear del agua salada que, preferiría

fuese el mar.

Supongo que he aquí la coincidencia, ni al amor ni al mar los conozco.

Pero imagino.

Si esta noche la cruda verdad de mi búsqueda del tesoro sin fin no me hubiese sido

revelada, mi automatizado andar seguiría pulcro y permanente.

Permanencia. ¿Eso quiero?

Soy la más fiel devota de los exilios voluntarios, las desapariciones repentinas y el tiempo

ahorrado al evitar despedidas.

A mi lado yace un hombre completamente vestido. Mientras yo, desnuda en alma y en

versos, lloro. Hay silencio.

Escucho su respiración, ventileo en el cual busque esa paz momentánea del sexo sin

sentimientos. Pero, por esta vez al igual que muchas tantas, una vez más me ahogo en la

decepción de mis preguntas poco fortuitas y los límites de un caballero que le huye a mis

preámbulos y carencias.

Carencia. Eso me trajo hasta aquí, recuerdo.

Hago memoria, desarmo los hilos, los busco para cocerme el pecho una vez más o quizás

para coser los botones de una nueva blusa rota por el arraigado instinto animal que me deja

exhausta en camas ajenas.

Estoy lejos. Muy lejos de casa.

Aun así titubeo y me encapricho, pensando que quizás solo por esta vez el límite puesto es

transgredible y tendré aquella ínfima oportunidad de encontrar a mi amante imaginario.

Por mientras, colecciono gemidos en mis oídos autómatas. Se colman de quejidos roncos y

manos brutas que rebuscan en mi cuerpo también un poco de desahogo.

Esto no es el amor. Pienso.

Escribo entonces. Escribo para no morirme.

Escribo para sentirme viva.

Escribo para plasmar el dolor en la historia, mi dolor, mis angustias y quizás también mis

anhelos.

Una vez más a dormir con un desconocido presunto, solo para camuflar que la única que no

se conoce… Soy yo.

El eclipse lunar hizo lo suyo.