La existencia es ácida y mordaz.
Parece que se regocija
en el néctar de la ironía
que escapa de su llanto.
Disfruta de la quietud,
pero en el fondo anhela la compañía
de una dulce presencia.
Es extraño.
Sensaciones desconocidas nacen de su pecho,
como si un pinzón tomara una semilla
y la estrellara contra el suelo.
No lo puede ignorar.
Es insoportable tener que tragar
la amalgama de secretos
que rasgan su cuello
para salir disparados en forma de pétalos.
Pasea por el río;
la engatusa con susurros y esperanza.
Se detiene,
se acerca a la orilla
y asoma el rostro.
Por un momento, puede verse reflejada.
Pero después,
el espejismo desaparece
deformando su cara en el de otra persona.
No es.
Y nunca será.
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