Entendemos la existencia, o al menos eso intentamos. Buscamos el porqué de las palabras.
Yo vivo, escribo, siento. También busco entender, pero más que eso: quiero comprender.
Comprenderme a mí, y comprender todo lo que me rodea.
Respiro el aire como quien busca la sabiduría del alma.
Quiero rescatarme de mí misma.
Quiero existir sin mancharme.
¿Cómo se respira oxígeno cuando todo está plagado de gases tóxicos?
Quiero volver a mi estado primitivo, a ese inicio que fui y que ya no soy.
Comprender, no juzgarme.
La vida y yo nos fusionamos, pero hoy ya no soy yo.
Las letras describen, en cada verbo, mis acciones más prístinas.
Pero mi razón se torna oscura cuando intento tocar mis deseos.
El fuego me quema, pero no puedo arder en él.
Me esfumo en el aire, mientras esta nube me quita el alma.
La piel se transforma en un gas que desaparece cuando la mirás demasiado.
Yo desaparezco.
Y por más que intente comprender la vida,
ella me comprendió primero,
como parte de un consumo masivo de voces externas
que construyeron el discurso de lo que no soy.
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