escribí una canción que no pude ofrecerme.
por ser tanta letra. por sonar linda.
y yo, que soy más con la boca cerrada;
cuando sueño bajo, respiro lejos.
me observo rara.
no me hallo.
escribí un poema sin cuerpo,
sin mí.
no dice “sombra”, pero la invoca.
mi pecho, entonces, se hincha
hasta tocar el espejo:
una frontera tibia entre la que fui
y la que todavía tiembla.
yo viajo en la ausencia que me nombra.
ella cava con mis dedos,
me entierra sin rostro.
pero —¿quién abrió el portón del báratro?—
no fui yo,
alguien llevaba mi voz en el bolsillo.
a las preguntas que no formulo,
a los llantos detenidos,
a las noches en que me esclavizo
por cargar la piedra que nadie lanza.
saliva sobra en esta boca muerta.
no germina,
no dice,
no canta el azar de los dioses.
quise vino, cigarros,
una canción hundida,
y el humo borrando la idea:
la de mirar de frente
aquello que podría deshacerme.
así camino:
como pegada al suelo,
como si la gravedad me amara demasiado.
todo pesa,
todo se arrastra.
hasta el silencio tiene forma viva, más que yo.
de mí, que una vez quise volar,
ahora sólo deseo hundirme sin prisa,
besar la tierra a la par de ella,
quien arropa mis huesos con la piel que aún respira
cuando no existe noche sin suplicar al corazón.
ser. levantarme. despegarme.
guardarme enteras las ganas de acobardarme
a merced del filo que se empuña solo.
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