¿Cómo me ves si no te ves? - Reflexiones de una mente ruidosa

Como alguien que creció en un pueblo, siempre me llamó la atención que en las ciudades nadie saluda cuando se cruzan en las calles.

En el pueblo da igual si conoces a la otra persona o no, siempre se saluda ya sea hablando o con un gesto de cabeza, una sonrisa. Me parece maravilloso. Uno de los actos más simples y poderosos que tiene el humano, y la mayoría ni lo nota.

¿Cuántas veces nos ha pasado que sentimos que los de nuestro alrededor no nos ven?

Muchas veces el saludo de un desconocido, una sonrisa o un '¿qué tal?' me alegró el día, y no por lo que se dice o se ve literalmente, sino porque en el fondo de eso se encuentra ese 'hola, te veo'.

En las ciudades parece que nadie ve, nadie se ve. Ver al otro requiere verse a uno mismo, y para eso se necesita valor. Tal vez, por eso a veces nos sentimos invisibles, porque el otro no quiere verse en el espejo que le representamos. Y no trato de echarle la culpa al otro, yo también he estado en el lugar de no querer ver a nadie, porque en el fondo me escondo de mí mismo, cada uno tendrá su porqué.

Saludá, sonreí, mirá. Atrevete a observarte en distintas formas, en distintos espejos.

Probablemente no te devuelvan el saludo porque los descoloca que los vean, pero los vas a hacer sentir; tal vez se queden pensando o quizás la próxima vez devuelvan el gesto. Con un saludo podes volver al presente a alguien que va perdido en lo automático de su rutina, lo podes salvar del caos de su mente, de la angustia o dolor que lo está consumiendo. Lo podes sacar de ahí, aunque sea un instante para que se sienta liviano. Para que, aunque sea un segundo, vea más allá y vea el sol.

Cuando veas al otro, te vas a ver.

Empezá a usar este poder, podes ayudar a otros y otros te van a ayudar cuando seas quien esté del otro lado.