No encuentro al escribir palabras que puedan describir aquello que flota a mi alrededor cada vez que te espero.
Pienso en tinieblas alejándose hacia la infinidad,
en el sol volviéndome a hallar,
sentir en la piel que las estrellas vuelven a bailar,
pero no parece suficiente ese alivio.
Trato con ángeles posándose sobre mis hombros,
cantos líricos llenando mis oídos,
el dulce anhelo de lo divino,
pero no parece suficiente ese paraíso.
Intento, entonces, lograr algo más terrenal,
algo conocido,
y empiezo a contarte un cuento;
abro mis ideas ante tu juicio y espero que no las destroces.
Te hablo de diosas y aves,
de humanos y su final,
del amor en lo prohibido,
de una devoción que se enfrenta a los cielos.
Te enredo en besos y destrozos,
en llanto y compasión,
te digo todo lo que puedo entender sobre cómo amar,
furiosamente y sin detención;
pero sigue sin ser suficiente.
No existen palabras que pueda utilizar para que logres entender la valentía que me inunda al amar.
Me siento un soldado preparado para atacar,
con cada fibra de mis ser lista para tu contraataque,
y sin embargo, haces que mi preparación sea en vano:
no es la guerra la que traes a mí, sino tu paz.
Mientras te espero, se que cuando llegues encontraré en tus manos el sol brillando de nuevo, un par de estrellas bailando, una sonata de ángeles cantando y un cuento sin final.
Se que cuando llegues, todo me darás,
y que también esperarás, pacientemente,
que con ello te logre contar todo lo que en mi cabeza pueda imaginar.
Se que lo apreciarás, que consumirás cada palabra con el aprecio que requiera.
Me aseguro así, ya no titubeante, sino segura de la certeza que me inunda,
de qué tu amor jamás me destrozará.
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