Él tiene la desgracia de encontrar la inspiración en los hechos que lo golpean. Suspira con ánimos de alejar las lagrimas de su rostro pero resultan inútiles tales intenciones. El hecho ocurrió en un dia en el que el cielo era casi tan gris cómo sus ánimos. Un tierno adiós separó sus caminos por última vez. El alma se llenó de vacío. El reloj dejó de marcar las horas. El viento dejó sin mover a las hojas.
En su presente, él recorre ese pasado acompañado. Ve los lugares que lo observaron sujetando la mano más hermosa que se haya visto y el alma se le quiebra de a poco. No puede ver amarillos, no puede ver rosas. No quiere ver. Quiere que el cuerpo se mueva por voluntad propia, ya ninguno tiene la fuerza suficiente, ya no pueden caminar porque se olvidaron de como hacerlo por si mismos. Deben aprenderse otra vez, necesitan conocerse cada uno por su lado. Ellos ajustan su vida a esta nueva circunstancia, con pocas señales exitosas. Él se nota incompleto. Su caminar no es el mismo que ayer, cada vez es más lento y sus apariciones logran ser fantasmales. Ninguna facción de su cara demuestra una mueca de emoción. La emoción se fue con el adiós.
Sin embargo, el sentimiento aún sigue. No logra asimilar lo que sucede. Su mano dejó el calor de la otra y comienza a sentir frío. Sus lugares ya no son visitados de a dos. Sus viajes ya desaparecieron. Su alarma no tuvo que sonar. No hay certezas de nada, los médicos no saben que decirle, el pulso está pero es muy leve. Su visión y su mundo ya no tienen colores. El único medicamento es el tiempo y el valor de preguntarme a mi mismo: ¿Cómo estás?.
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