Entiendo que los usufructos del tiempo me han llevado a desvariar en la constante fragilidad del movimiento terrestre, mas no puedo objetar en absoluto ningún resquicio verosímil, ya que de haber sido capaz me hubiese salvado.
A las dos y media de la madrugada cualquiera pensaría que andar vagando por la capital federal es una locura, más si se trata de un martes. Esos días inocuos pero también vulgares, desabridos y dóciles a la angustia de la semana laboral. Pues, es sabido que todo el dolor concentrado en pequeños gramajes se enfoca en el centro de la rutina: dormir, levantarse, comer; trabajar, comprar cosas, asearse, dormir, etc. El ejemplo de la ruina de cualquier ser con conciencia. No obstante, hay muchos agraciados que no conocen que más allá del espejo hay otra realidad o, al menos, una que se construye en la constante. Sin saber hacia dónde se dirigirá o cómo se bifurcará, en el complejo entramado de nexos que se conectan para formar las distintas realidades de más de siete mil millones de seres humanos.
Dos menos cuarto. Es lo que marca el reloj de mi celular en el estacionamiento, que se ubica debajo de la ciudad, en el que aguardo por el carruaje real que me lleve de vuelta al sur. Sinceramente, uno espera no angustiarse en ese silencio ficticio que emana ese pozo húmedo y sereno en el que sólo atisban sonidos las hélices de los ventiladores industriales. Empero, el soliloquio es dramático, profundo. Te arranca la piel, el corazón y la voz. Entonces, mis ojos merman más allá del sueño: se me estremece la mirada sollozante y en lo único que pienso es en las melodías de abisal amplitud que resuenan en mí como dardos en mi pecho. Se me eriza la piel y siento como los instrumentos recorren un campo de lirios salvajes, con esa tonalidad violácea azulada que me transforma y me toma por completo como si fuese mi último día en el planeta tierra. A final de cuentas, es martes y mañana hay que trabajar. Fingiendo estar vivo entre un mar de muertos.
El camino del héroe tiene sentido para mí porque es la historia que más he visto, leído o escuchado. Pero me pregunto si tendrá algún sentido en la vida real. Tal vez estoy confundido y la vida real sea algo más parecido a navegar a través de la Estige. No lo sé. Lo único verdadero para mí en este momento es el nudo en la garganta que baja hasta mi pecho sin dejarme respirar, de a ratos.
La llegada del transporte me golpea el pensamiento-sentimiento y me baja de un hondazo: debo ser un adulto y responder frente a la otredad. Mi corazón palpita con velocidad, mis manos se tornan húmedas y mi respiración es insospechable pero agitada, entrecortada. Llevo conmigo las maletas de un viaje y escucho músicas tristes para poder ver con otros ojos el velo de esta realidad. El trabajo está hecho, estoy arriba de ese misterioso coche a mitad de la madrugada. En mis auriculares, un artista inglés lanza una pregunta al aire: “are you really okay?”. Sonrío un tanto avergonzado y displicente, mas luego bajo la mirada y, así como la noche porteña, me transformo en un hilo de insatisfacción constante. Estoy preparado para humedecer mi mirada en la oscuridad del transporte de pasajeros que parte en su último viaje hacia casa.
No soy feliz a menudo, pensé. Todas esas veces que me habían preguntado, tenía tanta confianza en mí mismo que respondía con vigor y seguridad: “yo re sí, que no te quepa duda”. Sin embargo, todo estaba soslayado… todo estaba… El bus salió de su guarida y cual catalepsia espiritual: luz. La ciudad que impone, que vive, que describe lo magnífico por donde quieras verla. La sensación de sensaciones; los estímulos constantes, las calles y autopistas; los autos en continuo loop: hacia dónde van, quiénes son, cómo es su vida. Las ventanas luminosas y el omnipresente cielo poco estrellado que observa el paisaje y en el paisaje denota las emociones de un manojo de historias. Narrativas que se entrelazan en el profundo desandar de posibilidades. De gente rota que toma la mano de quienes caen, de quienes pierden su inocencia y luego forman familias, amistades, amores para toda la vida. El todo que hace al uno y el uno que hace al todo.
Para las tres de la madrugada ya estaba atravesando la 25 de Mayo, desde donde podés ver el horizonte y observar cómo es el ingenio de la ciudad para vivir despierta. Y, a veces, querés quedarte en esa constante. Es casi como un instinto que me dice que ahí hay cosas realmente verdaderas, como cuando una película, que se supone que debe ser parte del aparato instrumental de la industria cultural de Hollywood, rompe el hielo de un jóven como yo, sólo con una pregunta: “¿Qué hay más allá?”. Desde entonces entiendo que todo arte es cotidiano porque quebranta un espíritu que ya está roto, que ya viene con un alma a tientas.
Más tarde, y unos metros más adelante de la intersección entre Puente 12 y Camino de Cintura, el transporte que me llevaba a casa se detiene. La negrura de la ruta en ese lugar es profunda y está conectada con su cercanía al río y la comunidad multiétnica de Tres Ombúes.
Entre los pasajeros comenzamos a preguntar qué había sucedido. El bus se había averiado. Debíamos esperar otro que llegaría pronto desde casa. Sin embargo, el chofer nos indicó que no descendiéramos de la unidad por cuestiones de seguridad. No me pareció mal, empero no podría respirar mucho más ese aire sin movimiento de por medio, así que bajé de la formación un momento. Lo único encendido eran las escasas luces estelares, la contaminación lumínica en el horizonte y una precaria lámpara que alumbraba una especie de toldo. En él yacía solamente una señora y un montón de huevos. La señora era una anciana de alta edad, morruda y con los rasgos bien marcados. Su nombre era Yanel y por educación no le pregunté su edad. No obstante, le pregunté: -¿Qué hace a esta hora acá?- Sin ánimo de que me responda que se trataba de un cártel narcotraficante o de alguna alucinación mía o cosas mucho peores. Mas la jovata me respondió: -Espero que el tiempo venga conmigo, que no me aceche ni me encuentre desprevenida.- A lo que repliqué: -¿No tiene miedo? Aquí cerca existe un lugar muy peligroso.- Pero ella sonrió, asintió como si supiese cuáles serían mis preguntas y dijo: -Si tuviera miedo de que me arrebaten la vida no podría haber llegado hasta acá. La vida es una hermosa casualidad. Nosotros le damos sentido en la medida en que podemos. La mayoría de las veces se trata de aprender a continuar la historia más allá de toda soledad, más allá de todo tormento, más allá de toda pérdida. Si tuviera miedo jamás me hubiese movido porque todo es consecuencia y, por lo general, es caos. Pero eso no quita de que hayan verdades bonitas, y si no me creés… mirá cómo nos admira la luna esta noche.- Y observé cómo se erguía el astro vital sobre el firmamento.
No tardó mucho en dirigir la última palabra que mi transporte de emergencia ya había llegado. Cuando me quise dar cuenta sólo el reflejo lunar construía la realidad de la negra hechura alrededor. Nunca más volví a ver el toldo, ni la luz, ni el cielo.
Con la sangre entre mis manos, y luego de ya casi perder el conocimiento, me arrepentí de no haber escuchado a la longevidad que yacía en mi alma.
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Elías Brizuela
Escritor, periodista y fotógrafo. 27. Me dedico a la comunicación pero escribo por la necesidad de mi alma por contar las otras historias, los otros sentimientos.
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