COLUMNA 7: VENEZUELA
Al escribir me precede un paso a paso puramente académico, el investigar, documentarme, recopilar información, filtrar mis premisas, darle un orden a la idea, pero hoy, hoy pienso saltarme el protocolo. Me remito a excusarme y decir que no hay mucho por investigar cuando viviste en tiempo real aquello de lo que quieres hablar. Hoy me desahogo poniendo el tintero en Venezuela, y abriendo de par en par la pena, porque aunque a veces me hastía la eterna retórica del migrante y su corazón roto, es algo que realmente y sin caer en cliché, me traspasa y afecta gravemente, no solo a mí como joven que no vivió el auge de su tierra, sino a mis mayores que se aferran al recuerdo de lo que alguna vez fue su hogar. Un territorio que se nos fue arrebatado, y en el camino nos desterraron, porque aquí ya empiezo diciendo: migrar no es un plan vacacional. Nadie, sin importar las condiciones o comodidades de su trasteo, lo hizo por gusto: ni los que se fueron con pasaporte europeo en avión, ni los que atravesaron el tapón del Darién en busca de asilo político (todos afectados, estos últimos sí que más); tan simple como decir que nadie busca ser el extraño, la que desencaja, el que tiene que hablar bajito y regular el acento, la que responde interrogatorios a desconocidos, el que no pudo ayudar a los suyos, la que solo conserva fotos de sus familiares, los hijos, padres y familias rotas, nadie busca la soledad del que no puede llamar ningún sitio hogar sin recordarse el “tú no eres de aquí”. Venezuela en la actualidad es cuna de polémicas, desaciertos, algún que otro brillo y una locura sin límite aparente, y todo el peso de esa narrativa recaen en el venezolano de a pie, aunque algunos los nuble el privilegio, jodidos estamos todos. Como venezolano, vivir y sentir Venezuela tiene dos caras, el/la que aun la guerrea dentro del país, afrontando el trato despiadado y militarizado en el que la dictadura hundió al territorio, o los que sufren como espectador en el extranjero viendo con impotencia como televisan el asesinato de tu tierra día tras día sin posibilidad a hacer nada. Ambas dolorosas y dependiendo de a quien preguntes, no se sabe cuál es más tenaz (la primera).
El año pasado en territorio venezolano suscitó el impacto que tuvo a todo el mundo una vez más expectante, y es que tras un recorrido político obstaculizado, boicoteado y alterado, parecía que la candidata María Corina Machado junto al candidato Edmundo Gonzáles estaban a punto de alcanzar la luz al final del túnel, coronar la vuelta. Se presenciaba la consagración del pueblo participando en mayoría y con entrega al proceso electoral con su voto como nunca antes en nuestra historia reciente (7.443.584 de votos). Esto ya no eran las revueltas y protestas en contra de Chávez en 2002, no era la agonizante dualidad farandulera entre oposición y gobierno (supuestamente, bandos contrarios) que lideró la energía del país cuando Hugo Chávez rivalizaba con Henrique Capriles Radonski en el 2012-13, no eran las marchas del 2017, mucho menos era la consagración del presidente interino Juan Guaidó en 2019, deslegitimando a Nicolás Maduro como voz al mando, y todo ese concierto de ayuda benéfica que solo fue uno de los robos más boletas y descarados que se nos hizo; esto era distinto, esta vez no era como las otras veces, era tal la convicción que parecía que tras 25 años de autocracia y un mandato testarudo y asesino el valor democrático por fin triunfaría. Triunfaríamos. Tras cualquier pronóstico no hubo veneco en tierra que no haya depositado el máximo de su fe, convicción y esperanza en esta hazaña. Un pueblo hilarante, resilente y guerrero que en manada salió fúrico a las calles aquel 28 de julio del 2024 para arrebatar lo que siempre les perteneció: su libertad. Tal era el clamor popular, la valía y el ímpetu colectivo que esta vez, como nunca se había presenciado y sentido en protestas anteriores, daba la impresión de que sería la última vez que lucharíamos, la última vez que sangraríamos. Ver videos de las estatuas de Chávez siendo derribadas, espectar el cómo globalmente nuestra situación hacía eco mundial, los países se aliaron para nuestro apoyo, las redes inundadas de información y divulgadores. Nuestro grito desesperado parecía por fin tener quien lo escuchase, y después de todo este revuelto y colisiones de sentimientos y hechos, solo nos quedaba esperar hasta el 10 de enero del 2025 para que el presidente electo Edmundo Gonzales tomase el cargo en el palacio de Miraflores, dejando a Nicolas Maduro sin más opción que retirarse por la puerta pequeña, asumir las consecuencias de sus atrocidades y quedar como el peor de los perdedores que ha parido la historia. Después de tanta lucha, sudor y sangre solo era esperar unos meses más, solo esperar hasta el 10 de enero para librarnos de esta pesadilla inacabable, solo era esperar un poco más, solo es un poco más, ¿no?
A partir de ahí, una vez más, desolación…
Fueron meses duros de digerir, los asesinatos a políticos se hacían pan de cada día, las persecuciones policiales se volvían más arbitrarias y violentas, se construyeron en tiempo récord cárceles para apresar al inocente que se hacía en contra del régimen, la falla de los servicios a nivel nacional ya era un despropósito, las redes sociales eran reguladas o prohibidas en el territorio, fronteras cerradas, más escasez, más inflación, el Helicoide como el mayor centro de tortura a voz populi en el continente latinoamericano, Maduro aparentemente asustado pero matando a diestra y siniestra, y Michelo bailando. Nuestro infierno parecía quemar más con el paso de los meses, y el 10 de enero se hacía inalcanzable. El aire tenía una mancha de extremos chocándose como nubes, por una parte el doloroso recorrido que ya narré, y por su contraparte, Rawayana había ganado un grammy y había sacado Veneka y todos estaban bailando y gozando un puyero, además la vinotinto metió un gol, y creo que así nos quedamos. Pasa el tiempo que es imbatible aunque el humano lo llore, llegó el 10 de enero y en Venezuela solo hubo: silencio. Silencio, tortuoso y extendido desde el centro hasta los llanos, subiendo por nuestros andinos y atormentando a toda la bandera, silencio. El ánimo colectivo fue apagado, sepultado y crudamente humillado, el silencio fue tal que bajaron las frentes al mismo pésame, y como un secreto a voces que todos saben pero nadie quiere decir muy duro: habíamos… ¿perdido? ¿Otra vez? Es desgastante escupir todo esto, imaginar toda nuestra historia resumida a escombros y aun así soportar ahora la contraparte del apoyo mundial: el rechazo de la esfera. El discurso que el año pasado parecía quitarnos las asperezas y mala fama, concluyó en el mismo discurso lascivo que se tiene en contra de los venezolanos desde el incremento de nuestro éxodo. Incluso agravándolo. La narrativa de que el venezolano donde se para destruye, donde va contamina, donde va interrumpe y choca, donde hablamos insultamos, donde donde donde donde, solo somos desastre. El peor de los desastres. Nuestra derrota no solo se ve acompañada de la maldita y vomitiva cortina de humo que nuestro mundo del espectáculo regado por el mundo quiere implantar con su “Venezuela es demasiado arrecha y nadie mejor que nosotros” sino que colisiona bruscamente con el rechazo de comunidades enteras despreciando nuestro color, acento, costumbres, cosmovisión y todo lo que representamos. “Somos los más arrechos” pero recientemente fueron deportados venezolanos de Estados Unidos con la excusa de ser pertenecientes al “tren de Aragua”, encarcelando nuevamente y con la peor de las arbitrariedades a un montón de inocentes que ahora se les cataloga como los peores malandros y criminales. “Somos los más arrechos, Venezuela pa´l mundial” pero nuestro compatriotas deben sufrir represalias legales si dentro del territorio dices no estar de acuerdo con el régimen, y nuestros expatriados han de aguantar la xenofobia cruda que demás comunidades vuelcan sobre nosotros. Parece ser que “somos los más arrechos” pero nadie nos quiere dar posada ni la bienvenida, nos obligaron a no ser de allí, y no hay ningún allá que nos reciba, todas las puertas van cerrándose, y nuestro sollozo empieza a ser molesto incluso para nosotros. Inhumanizados
Parece irónico que después de tanto escribir con la desesperanza como dolorosa problemática e insignia diga que yo aún sigo con fe. Inquebrantable. Da igual el extenso qué y cómo que nos antecede, yo aún confío en mi gente y no compro ni compraré el odio a los míos, a los de mi bandera. Nada me hará pensar en que la solución para Venezuela es erradicarnos como nación o gentilicio para empezar de cero, no considero sea ese el camino a seguir, más bien sí tengo en cuenta que nuestra liberación reside en nuestro interior y actuar. De mi yo interno a mi círculo cercano, solidificando lo que soy y esparciendo mis formas a los demás. Dar valía de que yo también soy venezolano, de padres y familia venezolana, y ninguno es el peor de los criminales, ni el más agudo de los incivilizados, ni la calaña social que algunos pinta. Venezuela fue es y será tierra de guerreros y gente apta e inmaculada, fuimos una tierra prometida abatida por nuestra propia arrogancia de que nada nos pasaría y ahora sufrimos las consecuencias. Venezuela fue una tierra de intelectuales y artistas que fueron asesinados o minimizados, pero la historia no olvida, y así como nuestro pasado solo nos da fortaleza para reivindicarnos, entender nuestro presente nos dará la base para no repetir esto. Falta educación, modales, cortesía y conexión con nuestro territorio, y veo como actualmente a pesar de todo, hemos logrado hacer relucir estas características, esta generación es esencial porque la tierra no muere, solo se expande, así como la energía no muere, solo se trasforma. Somos actualmente la posibilidad de una nueva identidad, una re interpretación de nuestros sentidos y valores patrios, una venezolanidad reforzada y curada que busca enaltecerse, porque odiarnos ya lo hicimos mucho, y que nos odiaran ya lo hicieron más. Despojaron nuestra tierra hasta casi volverla polvo, derribaron todas nuestras posibilidades, nos mataron a muchos, nos saquearon en absoluto y aun así la dictadura no ha logrado entender, que Venezuela es más grande que todo esto, y que nada matará este ímpetu de ser lo que somos, enteramente venezolanos, con nuestros matices y complejidades, nuestra identidad parece está mutando, y en este proceso, sin decir fechas porque el calendario ya nos ha traicionado, solo puedo augurar, procesar, construir e imaginar un futuro en el que la libertad vuelva a tocar nuestra puerta. Porque en mi último día aun recordaré que el aire que brindará mi último suspiro, será Venezuela.

Gabriel Hostos
Solo un muro en el que postearé mis escritos en todas sus posibles presentaciones. Rap, honoris causa
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