John tiene que hacer repartos por el centro todos los martes. Lo ideal es que trate de hacerlo antes del mediodía, por una cuestión de mostrar seriedad y compromiso con su trabajo. John no gana mucho. En realidad, no gana un comino de dinero. Puede permitirse una bebida o alguna comida, de tanto en tanto comprar una camiseta usada y, dependiendo el caso, pagar la cita. Pero todo eso tiene que llevarlo en cuenta con lo que vaya a necesitar para cargar la SUBE, porque de lo contrario se queda varado. Él podría caminar. Ha caminado y ha pedaleado casi toda su infancia y adolescencia. Papá no tenía auto. Mamá solo tenía una bicicleta. Pasaba más tiempo con mamá, por supuesto; papá por ese entonces estaba ocupado en su jornada.
Bien, podría caminar, pero no va a hacerlo. Que pueda no siempre quiere decir que deba hacerlo. La factura que le pasa el cuerpo y el tiempo que le lleva son grandes. Necesita luego dormirse una siesta de no menos de dos horitas, y previamente comer algo. Costo alto. Le termina siendo más eficiente pagar la SUBE y abordar.
John vive entre dos extremos: por un lado, planea con rigor las cosas y analiza hasta el cansancio, y por otro, es ridículamente espontáneo y obra de improviso sin ver las consecuencias. Esta última le sienta mejor que la primera. Siente que tiene más control al estar solo preocupándose por el momento presente, sin notar que, tal vez, si ignora las baldosas levantadas por las raíces, pueda hacer un mal paso y tropezarse. —¡¡Oh, piso de mierda!!—
En fin. John no gana mucho y depende del colectivo. El condenado colectivo. A veces puede ser agradable ir en él, pero en general es como estar apretujado y corto de oxígeno en un bolichito de cuarta. Por supuesto, John siempre tiene la buena suerte de toparse con seres que sería imposible catalogar de personas. Repugnantes ciudadanos, o más bien, engendros sin un mínimo de humanidad y empatía. Muy en la suya, confiados y muy, pero que muy tranquilos, te ponen música desde el teléfono —de un refinado gusto—:
¡¡¡PUM, te lo doy, te lo doy, nena como tu quiera, TE LO DOY, TE LO DOY!!!
Una maravilla, la verdad.
John, como cualquier otra persona, ya estaría hasta el cogote con el ruido del motor, el tránsito y el montón de gente a bordo. Pero ellos actúan como si estuvieran sentados en la hamaca de una plaza vacía. Hay que proscribir estos nacimientos, sin excepción. Son un germen en la sociedad, ¡Dios mío!
Les tiraría con una chancleta, fuera de broma.
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