Cofradía

En la sumisa muerte de tu más doloroso recuerdo, entonaré la frase más importante que alguna vez he dicho y, sin siquiera luego recordarlo, lloraremos en la prominencia de la soledad naciente.

Un acuerdo tardío se transforma en dictamen. Las entidades (los motivos), desvaneciéndose bajo luces crepusculares, encuentran la excusa perfecta para huir de los pesares.
La oscuridad (lo que fui) entona una última canción, suena trágica. Dudo que haya sido para tanto.
Mientras la felicidad y la tristeza danzan en simetría matemática, el cielo brilla observando detenidamente.

Un laúd eterno resuena, mientras en cofradía —vos y yo— cubrimos de hojas turquesas un estudio abandonado. Verdades quedan escritas en tinta rojiza, casi escarlata.

El coraje de expresar lo que temo que sepas, el suave rumor de tu respiración agitada.
La luz de luna te muestra reluciente, revelando secretos que el silencio guarda.

Querida cofradía, tanto amor has sufrido, y tanto sufrimiento has terminado amando.

Complejos cotidianos flotan sin pena ni gloria en el éter aledaño, esperando para atacar y usufructuarte.

Recorramos el dolor juntos, encontrando así una mísera sensación de eternidad en medio de tanta efimeridad.