Mi vocabulario para expresar eso que percibo es tan escaso que si no recurro a otros sentidos las descripciones se vuelven imposibles, ¿cómo se explica algo que olemos? ¿Cómo se imagina alguien un olor cuando otro se lo cuenta?
Llevo mi mochila cargada en un sólo hombro, ahorrándome un paso en el ritual de quitármela antes de sentarme en el asiento asignado. Pero la ceremonia se interrumpe, una señora muy concentrada en su computadora ocupa el lugar. Reviso mi boleto antes de interrumpirla, siempre ando un poco distraída y en ese momento más de lo normal. En mi alemán un tanto rústico, después de un grabado a fuego “Enstchuldigung” le informo que ese es el asiento que me asignaron, me mira y su cara tiene una seguridad que me hace dudar de lo que acabo de ver pero antes de que cualquier conclusión se haga sonido, mira su ticket: efectivamente se ha confundido de vagón y empieza a guardar sus cosas, para hacerme lugar.
El tren hace su primera parada, desde que yo subí, en Strasbourg y la atmósfera cambia, al ritmo que salen y entran los pasajeros. A mi lado se sienta una mujer de cabello corto, saca un libro en francés sobre Lacan y toma notas al margen con un bolígrafo gris antracita opaco, apenas un poco más oscuro que su vestido de lana. Lleva los labios pintados de rojo, que contrastan con sus uñas sencillas, cortas y sin pintar. Pero todo lo que indica su presencia para mí es el intenso aroma de su perfume. Me atrevo a apostar que es Chanel, ya olí esto matando el tiempo en un duty free. Quiero saber si gané la apuesta entonces le pregunto en un francés desfachatado y completado con señas: “pardon, qual parfum portez vous?” Sus ojos se abren grandes y me mira con sorpresa y a mi no me sorprende: la naturaleza de mi pregunta combinada con una escasa gramática y una peor pronunciación no podría tener otro efecto. “Coco Noir” dice, y enseguida enfatiza “black”, entendiendo que no hablo su mismo idioma mientras sonríe mostrando unos dientes increíblemente blancos detrás del telón de su labial colorado.
No sé de qué está compuesto ese perfume, pero la vainilla y el pachuli se han clavado violentamente en mi corteza frontal y lo envuelven prácticamente todo. Aunque me concentro apenas puedo percibir el olor a libro nuevo cada vez que pasa una página. Parece que soy yo la que ocupa un asiento equivocado, el perfume se abre paso, se expande y se acomoda y es como si me empujara hacia la ventanilla, donde busco un hueco por el que se cuele un poco de aire nuevo. Pero en un tren que viaja a 400km/h no se abren las ventanas. Coco Noir me dice aquí estoy, imponente y vencedor, cual Napoleón.
Pero a cada Napoleón le llega su Waterloo, y en este caso no es una coalición de ejércitos sino el inconfundible y característico aroma del café. Cada vez que ella aprieta el botón de su hermética taza, el alma del café se escapa como un niño curioso, se impone con honor como la palabra de una vieja sabia y me hace un lugar en mi propio asiento.
Sólo espero que le dure hasta París.
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