Volviste. Y con tu regreso, regresó también esa parte de mí que había intentado arrancar de raíz, como quien poda para no volver a ver crecer.
Pero la vida me engañó, me mostró un renacer: conversaciones tímidas, gestos cuidados, la risa nerviosa de dos extraños que ya habían sido todo antes.
Al inicio fue dulce, casi ingenuo, como si estuviéramos jugando a conocernos otra vez.
Dos adultos siendo adolescentes por tenernos.
Y yo, con esa impaciencia que me arde bajo la piel, pregunté.
Te pregunté todo lo que llevaba un año clavado en la garganta: ¿qué había pasado?, ¿por qué el silencio?, ¿qué pensabas de mí?
Y ahí estabas, con tus explicaciones, con los rumores de bocas que jamás fueron mis amigos, con palabras que me colocaban en lugares donde nunca estuve.
No me dolió lo que dijeron, porque jamás les di valor… me dolió que lo creyeras.
Que prefirieras el eco de ajenos a la verdad que yo siempre pude darte.
Lo hablé, lo dije, lo marqué en el aire: nuestra confianza estaba rota y había que reconstruirla. Tú aceptaste, yo perdoné, y seguimos adelante.
Y durante un tiempo, fuimos todo. Dos amantes descubriéndose, abrazando cada rincón del mundo del otro, hablando de casas, de viajes, de fiestas, de rutinas compartidas, nuestra boda. Hasta de ese futuro tan adornado que parecía arrancado de un sueño.
Pero bastó una pregunta para que el espejo se quebrara... hijos.
Tu mirada lo dijo todo cuando respondí que no. No había espacio en mí para esa decisión, y aunque tus labios callaron, tus ojos gritaban decepción. Ahí supe que la primera grieta ya estaba marcada.
El tiempo siguió, como siempre lo hace. Y yo seguía dando más de lo que recibía, acomodándome, cediendo, buscando maneras de sostener lo que parecía desmoronarse en silencio.
Tus turnos interminables, tus excusas, la distancia que empezaba a ser más que física.
Y yo, impaciente y frágil, intentando arrancar chispa de una rutina que solo nos arrastraba.
Pero insistí, me entregué totalmente. Creí que al abrirme así, sin reservas, la distancia se borraría.
Por momentos fue así: volvimos a sentirnos cercanos, volvimos a tocarnos el alma.
Pronto la marea regresó.
Mis señales se perdían en el aire, mis pistas no eran recogidas, mis reclamos se volvían ruido en tus oídos.
Y yo me consumía en la frustración de esperar gestos que nunca llegaron.
Mi ansiedad creció, mis pensamientos se volvieron un enjambre venenoso: ¿qué nos detenía?, ¿por qué no avanzábamos?, ¿por qué parecía que amabas más con las palabras que con los actos?
Quizá la verdad es que te idealicé tanto que te puse en un altar donde nunca estuviste.
Quizá la vara que construí para ti siempre estuvo demasiado alta.
Quizá lo nuestro no era destino, sino un espejismo al que ambos nos aferramos porque dolía menos que soltar.
Este año fue un péndulo constante: entre la dulzura y la espina, entre las promesas y la decepción.
Entre el querer y el no poder.
Y aunque lo intente, aún no sé si llamarlo amor o simplemente un eco de lo que alguna vez soñamos ser.
- D. Duality -
Carta III a ti
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión