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    Te quedás ahí, me dice a los gritos mi mamá y cierra la puerta del baño. Apoyo la oreja para escuchar el ruido que hace la llave en la cerradura. CLIP, CLAP. Me encanta ese ruido. A mí no me da miedo quedarme en el baño. Mi mamá me encierra. Y me dice que tengo que pensar por qué me porto mal. Pero a mí me gusta estar en el baño, ahí tengo escondidas a mis cucarachas. Mi mamá me dice que soy rara y asquerosa, es fea y mala porque no me deja coleccionar cucarachas. La odio. Mis preferidas son las que son más grandes, las que tienen antenas largas, llenas de pelitos. A las más chiquitas de color marrón, me gusta aplastarlas con la mano, escuchar el ruido que hacen cuando las aprieto, CRAC, CRAC y ver cómo les sale del cuerpo una cremita blanca y un líquido pegajoso. A las más grandes no las mato, a esas me gusta chuparlas, me encanta el gusto que tienen, como un limón medio podrido. Estoy todo el tiempo buscando cucarachas, adentro de casa, en el parque, en el patio. Las guardo en frascos. Algunos con las más chiquitas, las que son como bebé, que están todas muertas y llenas de hormiguitas rojas. Otros con las más grandes, algunas vivas y otras muertas. Los escondo por todos lados. Cuando mi mamá encuentra alguno me reta y me lo tira a la basura y ahí me empieza a decir otra vez, que soy rara, que a una nena no le pueden gustar las cucarachas, que la tengo preocupada, me dice. A mí me dan ganas de llorar cada vez que me tira un frasco, pero hago de cuenta que no me pasa nada y la miro fijo y le hago una sonrisa. A mi mamá eso no le gusta, porque se pone colorada y le salen las lágrimas de los ojos. Hoy me volví a portar mal en la escuela. Le puse una cucaracha muerta toda aplastada, que traje de casa en la mochila, al cuaderno de Mariana, mi compañera de banco. Mariana se hace la linda porque tiene un hámster y su mamá se lo deja llevar a la escuela. En cambio, mi mamá es malísima y no me deja llevar mis cucarachas al colegio. Se armó lío en la clase, me llevaron a la dirección y la llamaron a mi mamá al trabajo. Cuando la ví entrar me di cuenta de que estaba muy enojada, porque se le puso la cara toda roja y estaba toda transpirada. Cuando subimos al auto me agarró fuerte del brazo, y me dejó las uñas esas largas que usa, todas marcadas, pero igual a mí no me dolió. Se le notaban las venas del cuello y tenía los ojos rojos y me gritaba ¿Por qué sos así? Te voy a encerrar otra vez en el baño, me dijo. Me da bronca que mi mamá no me deje tenerlas conmigo en la pieza. Me da bronca que no me las deje llevar a la escuela o que se enoje y me rete porque me gusta coleccionarlas. No me gusta que me diga que soy rara y asquerosa.

    Cuando mi mamá se fue, saqué el frasco de vidrio de café grande que tengo escondido en el mueble que está debajo del lugar donde se lavan las manos, atrás de los rollos de papel higiénico. Ese está lleno de cucarachas a la que les doy de comer. Pelos, las cascaritas que me saco de las lastimaduras, las uñas que guardo cuando me las corta mi mamá, y a veces pedacitos de carne que me robo del plato para ellas. Ellas se mueven contentas, porque me conocen. Escucho que vuelve mi mamá. Me pregunta si ya pensé. Si ya pensé, le contesto. Destapo el frasco y las cucarachas salen corriendo para todos lados. Me guardo dos en la mano. Aprieto para que no se me escapen. Escucho el ruido de la llave abriendo la puerta y cuando entra mi mamá, abre grandes los ojos y grita justo cuando me meto las dos cucarachas juntas en la boca.

    Silvina Casteller

     

    Silvina Casteller

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