En esta imagen queda de manifiesto la oposición fundamental que rige la dinámica del devenir de la realidad, sólo que en su forma menos agraciada. Gente matando gente es, en fin, la materia mordiéndose a sí misma. Unos y otros luchan por mantenerse unos, a costa de que los otros se mantengan los otros. Y cuando los unos arrebatan para sí la hegemonía y pretenden cristalizarla, entonces los otros quedan asimismo cristalizados como los otros. Y así se materializan luz y sombra.
Se pretende eternizar dichas materializaciones; eternizar la presencia de la luz, y eternizar la ausencia de la sombra. Un día perpetuo que jamás oscurezca, un verano que jamás hiberne, autosuficiencia de un dios escindido. Se quiere cuadricular la realidad hasta el punto en el que no quede ni rastro de peligro alguno. Hasta los árboles deben quedar confinados a su cantero o a la plaza o parque de turno. La ciudad es lugar de ruedas, cemento, colores grises, cuadrados, griterío y cháchara, motores rugiendo, compartimentos estancos, en un recorte que va "conquistando" lo caótico, la plétora fractal que es la vegetación brumosa de la selva, la profundidad irreconocible del bosque nocturno.
Es la antiquísima lucha del héroe cósmico contra los monstruos del caos, tal como se la puede ver representada en el Enūma Eliš, de unos 3.600 años de antigüedad. De igual manera puede encontrárselo, quizás de manera más familiar para nuestra cultura post-católica, en el motivo de "Elohim" separando "las aguas".
Pero luego, en sentido histórico, se lo puede ver en todo lo que la ley opera sobre la libertad, y en todo lo que la libertad opera sobre la ley. Así como en la imagen la "barbarie" es el asiático amenazando matar al burgués europeo, la "civilización" es el burgués europeo amenazando matar al asiático. Unos quieren encadenar a los otros, y los otros quieren liberarse de sus cadenas. Una vez liberados, ocurre con frecuencia que los otros quieran encadenar a los unos, lo que suscita que los unos quieran desencadenarse de los otros. Y así va la historia.
Si la norma fuese la del asiático amenazando matar al europeo, entonces los rótulos de "civilización" y "barbarie" permutarían sus puestos, pues los personajes habrían permutado sus funciones. El personaje que encarna el orden establecido, reduce y somete al personaje que encarna lo contrario a este orden. Y ello ocurre porque busca eternizarse, prolongarse en el tiempo, durar (de ahí su dureza). Pero también la sombra se endurece contra la luz. Ante los abusos, maltratos, vejaciones, omisiones, lo sombrío se crispa y se irisan sus miembros. Los obreros odian a los patrones; los patrones temen a los obreros; el estado defiende a los obreros, y los patrones odian al estado; el estado defiende a los patrones, y los obreros odian al estado. Los urbanitas temen la selva, y aman la seguridad racional de sus muros.
Y así podrían seguir dándose ejemplos que ilustran el más elemental de los funcionamientos de la "ratio", del "raciocinio", que es puntualmente el arte de racionar, y las raciones más pequeñas (y más inconmensurablemente grandes) son 1 y 2. Todo este drama se desenvuelve en el campo de esos dos números.
El problema está, claro, en que unos y otros se vuelven hostiles mutuamente. Y esto ocurre por lo que la tradición nombra como "dureza del corazón", o sencillamente egoísmo, que es lo que separa a los hombres. Podríamos decir igualmente que se trata de constelizaciones de la psique colectiva, es decir, de un grupo de individuos ideológicamente solidarios.
De ahí la importancia de que hubiese también quienes devolviesen al hombre a la tierra, y no sólo de hombres que empujen al hombre al cielo. Las más de las veces, quienes los empujan al "cielo", los están empujando cada vez más al fondo de la tierra, y quienes los empujan a la "tierra", los están empujando cada vez más cerca del cielo.
De ahí que se pueda malinterpretar la noción de "cielo en la tierra", y terminemos con un proceso civilizatorio, regulador que nunca opera sin generar divisiones. En última instancia, el problema nace cuando el individuo no quiere asumir las implicancias de la vida, sino antes bien delegarlas. Ahora bien, esto no de forma colaborativa, sino de manera cibernética: "kybernes" significa dirigir.
Ahora bien, ¿está listo el hombre para asumir su propia dirección, a sabiendas que el prójimo puede asumir la suya propia, y tomando en consideración que esa dirección puede estar profundamente desviada de lo que uno esperaría? ¿Está el hombre listo para renunciar a sus salvaguardas, y confrontar el riesgo y peligro inherentes a lo que idealiza como libertad? El preso anhela ser libre mientras está preso, pero muchos liberados vuelven presurosos a la cárcel, pues allí al menos estaban seguros.
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