Ventoso otoño me consagra
como poeta ilustre de la ciudad porteña,
me abre los brazos,
me abre sus calles,
me invita descifrar sus misterios y claves,
sus rincones, sus guaridas,
su desvelo y sus versiones de musa helada,
venas azules
y pecho con un millón de ventanas;
ventoso otoño me invitó a soñar,
me enseñó el arte de crear la vida,
y, resucité la esperanza que mi patria había matado,
ella y sus acólitos
que me hicieron creer que no llegaría a ningún lado,
que mis palabras eran solo eso,
mugre sobre tinta,
ahora escribo orgulloso mi siguiente obra,
mi obra quinta;
nunca es muy tarde para volver a empezar,
para rehacer desde los escombros la vida marchita,
algo que Buenos Aires supo entender
y que, sin dudarlo un segundo amparó mi poesía,
me hizo florecer,
me devolvió un espíritu motivado,
me mostró el norte,
el destino y mi consorte:
un bolígrafo bendito que versa incesante
y que será mi guía, y me convertirá en comandante.
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