Cita del té

Soñé que bailábamos en la lluvia. Sentí mucho frío de golpe. Las acolchadas hojas verdes invitaban a quedarse toda la tarde, pero el sol se escondió, no sé hace cuánto tiempo. La tormenta gritó desde la lejanía, todavía muy lenta. Si no me apresuro, llegaré a la cita con olor a pasto mojado.

Miré el reloj, por lo menos queda tiempo. Me gustaría poder ir a ducharme y ponerme perfume, de nuevo, no esperaba quedarme dormido así. Esperaría que ella no lo notara, imposible, desde que está en La Cabaña distingue cada hierba. No la juzgo, ese lugar llena de olor a té toda la cuadra, le debe gustar. Tal vez ya se acostumbró.

La valeriana se volvía más intensa llegando al lugar, pero su aroma no calmaba mis nervios. Las luces interiores formaban una cueva con sus tonos oscuros y el cambió de temperatura me golpeó como si hubiera entrado a un sauna. Los empleados ni me miraron, parecían relajarse una vez que tenían el lugar semi vacío, excepto por uno que no dejaba de jugar con la registradora. Ella me mencionó que contrataron a uno nuevo, una de las últimas veces. Yendo hacia el rincón de mesas aisladas, se oía el agua hirviendo y la esponja frotando de manera agitada, me pregunté qué estará haciendo ahora. Yo me senté a esperarla.

Desde mi ubicación presencié el momento exacto en el que el cielo bañó las calles. No pude prestar mucha atención a esa imagen una vez que mis ojos visualizaron su cabello, oscuro por la iluminación del ambiente. Miró hacía todos lados, mantuve mi mano derecha levantada, la otra oculta sosteniendo el ramo de flores. Se inclinó hacía mí y se rio, aún a la distancia veía como enrojeció su rostro. Se acercaba vibrando a mi alrededor, soltando una brisa que acariciaba mis mejillas y traspasaba mi garganta, ardiendo como el té caliente. Se esfumó el olor a hierbas, por el aroma de su esencia. Las gotas se silenciaron, por mis latidos. El brillo solo existió en el color de sus ojos. Me sentí en un mundo en el que solo me puedo sentir cuando estoy con ella.