Cinc

Aún perdura la sensación de tu mano, suave y cálida,
buscando la mía entre pieles y algodones,
en la negra noche invernal, donde se hallaron
los espectros que jamás nombramos.

Percibo la armonía de ambos al girar la llave,
al abrir la puerta, con igual sincronía,
al mismo tiempo, al mismo peso.
Todavía siento tu vibración a través
de la madera y el metal.

Las lágrimas caían sobre mis brazos
mientras tus pupilas me absorbían.
El ambiente se achicó hacia el infinito,
y el movimiento tan indeterminado
que todo estaba en nuestras palmas
o allende del universo.

Nuestros átomos se solaparon por última vez,
mientras nos disolvimos en el silencio,
inmensurablemente pesados de deseo,
en un adiós sin retorno, en un triste aviso,
en un principio ya declarado,
antes de tener aquella identidad.

Mis labios se cristalizaron en
la inmensidad del tiempo al nombrarte;
tu sonrisa a mi lado, tu aroma a distancia,
tu cuerpo cercano y no poder estrujarnos.

¿Cómo sobrevivir aquí, si todo rincón, todo pulmón,
si cada cuerpo abierto, es aún tu cicatriz expuesta?

Suave brisa vuela sobre las solapas de mis orejas,
un canto de sirenas que surge desde tus labios.
Me debilita la acentuación que pones
cuando pronuncias palabras sagradas.
Se me eriza el tacto en tu cercanía;
y desearía revivir para compartir
todos los momentos donde fui digno
de presenciar la bendición de tu cara

y de tus voces.

Mi nombre, frente a ti, suena unico y singular
me adormece de ternura tu piel,
y no dudo en recordar, día a día,
las horas compartidas frente a ese encanto.
Hay algo en ti que no puedo descifrar,
tal vez sea este misterio ignoto,
lo que me genera deambular cerca de tus ojos,
lo que me lleva a soplar detrás de tu oreja,
lo que me hace amarte de por vida,
de por sangre, de por aire.

Bebería eternamente la dulzura
que dejas caer en tu lenguaje.