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Hoy te escribo con las manos temblando, no porque quiera, sino porque el dolor ya no me cabe en el pecho. Sé que quizá estas palabras sean lo último que escuche tu nombre de mi voz, y aun así, aquí estoy, sangrando cada letra como si escribirte fuera la única forma de no desmoronarme del todo.

No sé en qué momento dejamos de encontrarnos, solo sé que sigo buscándote en cada recuerdo que me rompe. Me siento culpable de lo que fuimos, de lo que no fuimos, y de todo lo que soñé contigo que ahora pesa en mi alma.

Y aunque debería dejarte ir, mi corazón todavía te llama, todavía tiembla con tu sombra, todavía se aferra como si perderte fuera morirme un poquito.

He pedido deseos en silencio, como quien reza sabiendo que no será escuchado. Te deseé en mis 11:11, en mis noches rotas, en mis madrugadas frías, cuando todo lo que tenía era tu ausencia y ese maldito hueco donde antes cabía tu abrazo.

Si esta es la última vez que mis palabras te tocan, quiero que sepas que te amé con todo lo que tenía, con todo lo que era, con todo lo que me quedó después de romperme. Te amé incluso cuando ya no quedaban motivos, te amé incluso cuando tú ya no estabas.

Si aún me amas, aunque sea un eco perdido, te esperaría sin reproches. Pero si ya no, te prometo que me iré lejos, tan lejos que ni mis recuerdos podrán alcanzarte, aunque me duela arrancarte de mi vida como quien arranca un corazón vivo.

Pase lo que pase, aunque te marches del todo, aunque nunca regreses, aunque mi nombre ya no exista en tu mundo, quiero que lo sepas:

Te amé.

Te amo.

Y quizá me duela admitirlo,

pero todavía no sé cómo dejar de amarte.

Alena

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