Hace algunas semanas caminaba por la vereda de una carnicería. Llamó la atención su tamaño. ¿Tanto local para una carnicería? Se veían las heladeras muy separadas para disimular las faltas. Los pedazos de cerdos y otros animales posados en sangrientas bandejas. Mucho tiempo no pude mirar.
Al hacer unos pasos más me dí cuenta que, en ese mismo local, pero muchos años antes había una marmolería o una casa de cerámicos. Recuerdo haber entrado alguna que otra vez. En la entrada tenía un elegante mostrador que te quitaba, amablemente, la oportunidad de caminar. Todavía puedo percibir su altura.
Era una estridente tarde de verano. Creo que salía de la colonia. Contenta de haber pasado cinco horas chapoteando en el agua con mis pares. Primero natación, después un rato para tirarnos del trampolín y un par de horas más de tenis o matasapo. Siete de la tarde en punto, madres y padres esperando afuera que sus hijos e hijas salgan de su actividad y vuelvan a su casa tranquilos y a dormir, a la hora que había que hacerlo.
Antes de eso, mi viejo quería comprar o ver unos mármoles. Volviendo de la colonia paramos, casi en la esquina, sobre una avenida. Me bajé del auto con él. Crucé la puerta como un pequeño anexo de una actividad que no entendía y, al saludar, elevé los codos para apoyarlos en la mesa de recepción. Pude tantear unas hojas de papel adherido a unas texturas rugosas o más lindas. Sin preguntar, me puse a mirar uno de esos típicos libros de muestrario de cerámicos. Me gustaban más las pinturerías, pero eso también estaba bien.
Después de charlar con uno de los tres o cuatro hombres que, en la entrada, tomaba mates. Mi viejo me explica que tiene que ir atrás a ver algo que el vendedor le quería mostrar. Casi sin mirarlo asentí con la cabeza.
Cuando el hombre desaparece en el horizonte de un patio y algunos pasillos laberintosos, los tomadores de mate empiezan a hablar amablemente conmigo. Que el calor, que mis actividades veraniegas. Recuerdo esa sensación de comodidad progresiva contando de mis intereses, hasta qué, no se cómo llegó hasta ahí. Pero uno de ellos hace una pregunta. No recuerdo sus caras, solo las risas, la pregunta y las texturas de los cerámicos.
Con una voz peligrosa y burlonamente dulce sale de la conversación general y se dirige directamente a una niña a la cual los codos no le llegaban al mostrador, pero los ponía igual, y le pregunta
-Nena..¿Vos me firmarías un cheque en blanco?
Mil pensamientos a la vez me agobiaron la mente apagaron poco a poco las voces de varios sentires de pesadumbre, entendiendo que algo no estaba bien. La confianza se desvaneció inmediatamente. Me encontré paralizada y nerviosa en medio de risas y comentarios de validación que entendí mucho después y prefiero no citar. Se perdían entre un mar de desconfianza y cierta desesperación. Como si, de un simple flechazo, pasara de persona a un cuadro sangriento colgado en la pared ¿Tendrían conciencia del daño?
Unos tres o cuatro hombres sin nadie a quien atender, desatendidos, también. Uno de ellos marcando su dominio. Los otros, entre envidia de no haberla visto antes y admiración, quizás.
Unos pobres tipos sin conciencia de lo que hacían. Seguro les enseñaron que su parte de noche tenía un lugar en otras personas.
El sol no se había ido a ningún lugar, todavía.
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