Fumo despacio,
como si en cada pitada te encontrara,
como si el humo supiera
los caminos que vos dejaste
en el aire,
en mi piel, en la ciudad que ya no es la misma.
El cigarro se achica,
como las horas cuando no estás,
y la brasa es el único fuego que me queda.
La calle murmura, pero a mí qué,
si estoy sola en esta esquina de siempre,
con la luna mirando de reojo
y el mundo pasando de largo,
mientras me quedo con vos en la memoria,
que a veces picas más que el humo en los ojos.
Es raro, ¿no?, cómo un cigarro
puede ser más compañía que la gente.
Yo lo prendo pensando en vos,
porque, de algún modo, en el humo estás,
así, medio fugaz,
medio eterna,
como lo que nunca se dice pero se siente.
Y acá estoy,
tirando la ceniza,
mientras vos te quedás en el aire,
entre el humo,
y esta soledad que te nombra sin nombrarte.
El pucho se apaga y vos,
qué sé yo,
vos seguís en algún lado,
en la esquina del tiempo,
como la última pitada que se queda en los labios,
sin saber si va o viene.
Y yo,
yo te fumo despacio,
en silencio,
como quien fuma recuerdos.
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