La última comida tenía tres capas de polvo, un tenedor incrustado en un trozo reseco, y el comensal, con la cuchara clavada en el esternón. Del espejo pendía una gota coagulada, y las manos de su padre marcada en la pared del comedor. Presumiblemente, cansado de las constantes peleas, decidió quedarse sentado tratando de comer contra el frío, con la bata de su madre puesta y unos zapatos rotos por la suela. Ocho días permaneció de pie la mitad del cuerpo de su madre sobre la mesa, y unos dedos no identificados en la puerta de entrada. El oso que criaron desde joven estaba asustado dentro de un tronco ahuecado, con una de su patas ulcerada por la abrasión. La tormenta evitó que el fuego se propagara, quedando a la vista luego que la máquina quitanieves derramara combustible sobre el cuerpo del hijo menor.
Imagen de Pexels. Propiedad de Rachel Claire

Verónica Abir
Solo lo intento cada día, como respirar. Ves tus ruinas como son, libres de la ilusión, las expectativas (...) de modo que por fin puedes empezar a contar las tuyas. BELMAR, Issac
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