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Cementerio.

Espiral

Sep 22, 2024

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Tengo ataúdes como corazones, luciérnagas muertas, un poco de tierra, y entre el breve espacio que acompaña mis dientes desgastados; existe una pintoresca perla, que trae consigo más suciedad que ruidosa gracia. Sobre este cementerio no existe más espejo que otro organismo muerto, me he olvidado del sentir que emerge cuando ves desde tus propios ojos el mundo, y por qué no; la muerte. Desde ellos sólo observo el aniquilamiento partidario de la ausencia, el moho que va creciendo desde el recuerdo, el alma que nadie nos contó que también moría, de a poco... pero se ahoga.

Se preguntaran, ¿qué es de nosotros mientras ella pierde su vida?

Residimos así, mirándonos entre difuntos, tratando de recoletar recuerdos que ni siquiera nos pertenecían, intercambiando palabras y algunos rezos que no están construidos para escucharse fuera de este diminuto espacio, de estos bordes que solían ser suaves, gracias a las telas que lo envolvían.

Somos funestos por cultura, somos además, el recordatorio palpante del olvido, del corto plazo para ser nombrados, o de alguna forma, por pequeños actos ser evocados en la vida. Extrañamos el cosquilleo de las flores y sus raíces, que a veces lograban traspasar las maderas añejas, abarcando con su preciosidad toda nuestra soledad. Somos cónyuges del silencio, el tono más vibrante de la obscuridad, pero eso no altera el hecho aterrador de encontrarnos aquí, y así.

Vivir es morir y visceversa.

Existiendo ajeno del respiro, encuentras aquí el balance ideal que se busca sobre la tierra, pero que sin embargo, jamás llena. Porque de eso fuimos hechos, de inconformidades, de placas mal puestas, de una rotura universal y violenta, aún siendo un evento negado por los caminantes. Es por eso, que desde la muerte el reflexionar se hace ritual, lo trae de por sí el retiro, mezquino destierro.

Han sido blasfemias disparadas desde lengüas vivas -y sólo vivas- las que nombran el desfallecimiento como la culminación de un ciclo.

¡Sigo viviendo! ¿Es que, no hay piel que se enchine mientras por las noches canto? Nunca pensé, que fuera tanto espacio el que nos separara de los sobrevivientes, tampoco lo insípidos que nos volvemos dentro de esta burbuja.

En la presente noche, el viento se escucha tan propio, que podría jurar estarme cerca de la costa, muy próximo al mar. Podría admitir la brisa sobre mi rostro, y llorar granizos por su frialdad. Logro sentirme como una pequeña flor, moviéndose a su merced, padeciendo un cuerpo liviano, que es capaz de conectarse con cada partícula de tierra debajo de él.

De forma tímida y casi ahuyentada, siguen brotando sensaciones sobre mi alma y su lenta muerte, es ésta quizás la verdadera, la legítima. Percibo desde mis oídos, espirales combinados con sonidos celestes, los cuales fui capaz de recoletar con mi piel aún puesta, ecos que me separan de cualquier otro desvaído abrazado en cemento.

Y así como en la vida, comprendo también la razón de la muerte, la sencillez de rendirse frente a su caricia, su adorable urgencia.

No viví en este, ni en otro mundo, acorde a lo que mi alma me dictó, y sepultado a la par de estos multiples despojos, se aprende a vivir con ello, pues ninguno lo logró. Así también, hemos descubierto que ninguno de nosotros murió lo suficiente, como para encontrar de cerca a Dios. Te esperamos en tierra, no viniste. Te esperamos coloreados por tonos morados y azules, la vez que sentimos cómo la niebla nos iba comiendo el torso, y no nos llamaste.

Es así, que como occisos hemos concluido a la soledad como el único Dios, la única divinidad, lo único que habita, cuando el alma no encuentra más remedio que rondar por estas gélidas estructuras hasta cansarse, hasta sudar, hasta por fin... ¡Morir!

El aprendizaje no termina en la muerte, ni el sufrimiento en la vida.

Espiral

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