¿Dónde estás?
me pregunto en el eco de mi alma,
mientras me pierdo entre sombras
que no puedo tocar, ni nombrar.
Todo parece igual afuera,
pero por dentro, el laberinto me consume,
me desvía hacia caminos vacíos.
¿Alguien me ve?
La duda se extiende como niebla densa,
y el mundo se oscurece,
casi imperceptible,
como si la luz me hubiese olvidado.
Caigo, sigo cayendo,
y aunque intento aferrarme al aire,
las fuerzas me traicionan,
y no sé cómo detener la caída.
Me quedo estática,
un suspiro detenido en el tiempo,
en la espera de algo que no llega.
Luego vuelvo a caer,
sin altura que me sostenga,
sin raíces que me anclen a la esperanza.
Nunca subo.
Solo el dolor me acompaña,
un dolor que tortura el alma
y me arrastra,
como una marea imparable.
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