Hace poco compré yerba por mi cuenta por primera vez. Aunque haga años que hago mis compras y menos años que las pago yo misma, no había comprado yerba desde que empecé la facultad. Mi mamá se asegura de ser mi mamá a la distancia, así que cada tanto me llega una caja con arroz, fideos, lentejas y yerba orgánica de su dietética. Y aunque lo otro siempre se termina antes, la yerba suele durar hasta la próxima caja o visita.
Cuando me vine a estudiar hace otro tanto de años más, los fines de semana mis viejos me llevaban al super en el pueblo para que el lunes me vuelva a Rosario con una caja de mercadería que dure varios días. Mi papá prefiere Playadito, cuando hacíamos las compras en el pueblo él me elegía esa. Ahora, en el trabajo, mis compañeros también compran Playadito con la propina que nos dejan los clientes.
Así que no, no había comprado yerba por mi cuenta para mi consumo personal e individual en seis años de carrera, no tuve qué. Pensé en que tenía que haber pasado alguna vez, en que mi mamá ya no me manda tan seguido porque no suelo necesitarlo, mi alacena se llena con mis propias compras.
Lisandro, quien nadie sabe cómo llegó a ser mi pareja, trabajó unos meses en la sucursal más cercana a mi casa de Carrefour. Lisandro y yo somos muy distintos, por muchas cosas, pero coincidimos en lo importante, la imprescindibilidad de la yerba parece ser una de esas coincidencias clave. Un día, tomando mates en mi comedor como la rutina de dos veinteañeros exige, me escuchó decir que estaba por quedarme sin municiones. Un par de tardes después, llegó con yerba y yuyos para el mate en la mochila. Empezó, entonces, a traerme yerba, marca Carrefour. Y también papel higiénico, porque sabe que me irrita comprar constantemente papel higiénico.
Pero él ya no trabaja en el super, y yo no visito hace bastante a mi familia, la enviada por mi mamá ya se había consumido por completo, así que me encontré en una góndola de un kiosquito a la vuelta de mi casa eligiendo mi yerba. No había de las marcas de mis viejos, tuve que pensar en otras yerbas que haya probado. Con las chicas de la facu tomamos en promedio cuatro termos de mate por tarde, la yerba suele ser la que lleva Tina de su casa, pero no supe reponer en mi cabeza el nombre. Compré Amanda porque no supe qué comprar, y porque recordaba haber escuchado a Lisandro decir que le gustaba. La probé apenas llegué a mi casa, me gustó, es yerba. A los días, le conté que había cambiado la orgánica por una nueva, que había comprado la que él me dijo que le gustaba.
—Esa no es, vida, en casa tomamos Cruz de Malta.
Me reí, me pareció raro, creía recordar bien. Él también.
Por suerte, hace unos días fue mi cumpleaños y mi vieja me trajo su Don Conrado, no tuve que volver a comprar.
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