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CASIMIR

Dec 12, 2025

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CASIMIR
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Apoyé la taza en la mesa y fui hasta la cocina a buscar azúcar. No tardé nada, diez pasos como mucho. Cuando volví, la cuchara estaba pegada a la taza. Pero pegada mal eh, como con pegamento. Intenté separarlas pero no hubo caso. Parecía que se habían fundido en una sola pieza.

.

Me quedé inspeccionando la situación, fascinado. Parecía un truco. Pero mamá me gritó desde el pasillo que me apurara, que se me hacía tarde para la escuela. Asique tuve que desayunar así, sin revolver; el cacao quedó todo en el fondo, el azúcar arriba.

No dije nada, ya estaba un poco grande para contarle a mamá de cosas imaginarias. Tal vez la preocuparía y justo ahora que la estamos pasando tan bien solos, sin papá, sin las peleas… preferí guardármelo.

Pero después la cosa se puso más rara que nunca.

.

La goma de borrar quedaba pegada al costado del cuaderno.

Todas las mañanas se me hacía imposible ponerme medias. Todos los pares estaban pegados entre sí. Era imposible separarlos. Ni hablar de los botines de fútbol o las pelotas.

Un día dejé un libro abierto en la cama. Cuando volví del baño, otro libro, se había trepado sólo arriba del primero. Me saqué los lentes, me refregué los ojos, limpié los vidrios con la remera. Y cuando volví a mirar, seguían ahí, juntos, pegados.

Yo sabía que era raro. Pero no tenía miedo. No sentía peligro. Las cosas no se caían ni se rompían, no me lastimaban.

Simplemente se acercaban. Pero nunca notaba cómo. Me perdía la magia. Llegaba tarde.

.

En la escuela también me pasaba. El banco se corría sin ruido cada vez que apoyaba los codos. La mochila se quedaba pegada en la pared. La lapicera viajaba hasta el techo y se quedaba ahí toda la clase. Pero nadie parecía notarlo.

Hasta hoy.

Cuando entró una compañera nueva al salón.

La maestra la presentó. Pero no escuché nada de lo que dijo.

Sólo sentía que flotaba.

Y antes de que le indicaran donde sentarse, la silla vacía que estaba en la otra mesa, se corrió hacia la mía, haciendo el mismo sonido que hace el botón del piloto amarillo que mamá me obliga a ponerme cuando llueve.

Ella se acercó lentamente hacia mí. Sacó el cuaderno y la cartuchera de su mochila y se sentó.

.

Y en ese instante sucedió: su lapicera rodó hacia mi brazo, quedando pegada.

Yo me quedé quieto, por primera vez había visto cómo era que sucedían las cosas.

La miré, asustado.

Ella me devolvió la mirada, abriendo un poco más sus ojos. Yo me quedé sin aire un segundo.

Hasta que la despegó rápido, con total soltura, y después se rió.

Yo también reí. Pero no por burla: por alivio, por nervios.

Porque por primera vez alguien más veía lo que me estaba pasando.

.

No hablamos.

No hizo falta.

Y pensé que capaz crecer es eso…

darse cuenta de por qué algo te elige a vos primero.


Melina Marcos

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