Casa

Mi casa está fría.

Entro y un escalofrío recorre mi columna vertebral, apatía amarga mi corazón.

¿Cómo se convirtieron aquellas, en altas paredes de hielo?

Recuerdo de pequeña ansiar el llegar a mi casa, recordaba la entrada como la puerta a un paraíso, a mí paraíso.

Ahora tan solo quedan recuerdos. Recuerdos nostálgicos que me los tomo en el desayuno, por lo menos la amargura del café disimula un poco la de mi corazón.

No sé cuándo, ni por qué esta casa se volvió tan fría, tan vacía.

El sofá que antes me abrazaba. ahora me asfixia con su suave tela.

Y lo peor de todo es que no puedo hacer nada más que observar.

Observo como todo lentamente se congela, se estanca en un océano de recuerdos y en un santuario de alegrías.

Las carcajadas de mi niña se escuchan en un rincón polvoriento, que ahora solo significa el llamado al infierno.

Me siento en la mesa y no puedo hacer más que mirar las manchas de la ventana, ni ella que tiene vista hacia fuera se ha salvado de la contaminación de la tristeza.

Llego a mi casa y con el primer paso ya estoy pensando en el último, el que me libera nuevamente de este invierno eterno.

Repudio mi casa, pero siempre vuelvo a ella. Repudio mi familia, pero siempre anhelo su presencia.

No sé si es un ciclo vicioso o es la falta de rumbo, pero siempre vuelvo a mi casa esa que ahora está tan fría.