Esta tarde no tendría que ser diferente como a la de cada día, entonces ¿por qué siento que no me llamarás por la noche? ¿Qué es lo que detiene a orillas de lo que te esta invitando a nadar? Ambos sabemos lo que esto implica, y si me lo preguntas a mi, jamás dudaría, no lo hago desde aquel día donde me otorgaste el silencio que sentí mi hogar, donde te entregué mis manos para que al tocarlas las sintieras latentes y persistentes con el retumbar de mi alma que consigo no trae armas, sino la paz tras tanta guerra que eclipsaba lo que no enfrentaba, el no permitirme entregarme a lo desmesurado, a tu mano y mi mano sintiendo que no todo fue en vano, a aquel sonido al compas de la letra que dicta lo que tanto aterra.
Pero dime amor mío, son las 23:50 y no tocas mi puerta, no siento ni una pizca de crepúsculo para pintar mientras mis oídos escuchan tu voz hablar. Dime, fiel soldado, no me llamarás nunca más? La idea de ser predestinados te asusto tanto que te tuviste que marchar? Porque si ese fuese el caso, me gustaría que me enviarás una carta, pero no de despedida, una carta donde quede tu corazón ahí grabado, si esta es la última vez donde detendré mi vida, que sea posando mi mirada en ese alguien que por tantas noches me dejo desvelada, que sea por ti, mi relicario dorado, quien es testigo de los desgloses de mi alma a quien estudiabas porque pese a tus palabras repletas de incertidumbre, querías entender el por qué de mis palabras dictándote lo mucho que te amaba.
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