—No señorita, ya no puede estar acá.
—¿Por qué? —reclamo al borde del llanto.
—Usted sabe perfectamente por qué.
No entiendo. Todos los días te dejo una carta. Te cuento de mi día, qué hago con mi vida y cada paso que doy por esta ciudad. Pero el guarda hace un par de días que no me permite entrar y dejarlas cómo acostumbro.
Entonces decidí que tenía que saltar la reja para llegar hacia ti. Esperé a que el celador se distrajera con cualquier cosa, o que se quedara dormido bebiendo su té. Cuando el hombre vestido de azul, bajó la guardia pude entrar al lugar nacarado donde te encuentras.
Pude entender porque no puedo dejarte más cartas. El mausoleo está hasta el tope de cartas amarillas, flores marchitas, bombones derretidos y juguetes llenos de telarañas. Ya no queda espacio para todo el amor que aún siento por ti.
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