Hola, amor:
Son las 4 de la mañana y no puedo dormir. Me atacó esa nostalgia que llega de golpe, como una marea que no avisa. No quiero que pienses que escribirte a esta hora es un acto desesperado, ni que esperarte se sienta como una tortura. No lo es. Te espero porque quiero, porque no sabría hacer otra cosa. Porque te amo con una parte de mí que no se cansa de escribirte, de pensarte, de sentirte cerca incluso cuando estás lejos de mí.
Cada vez que cierro los ojos, me acuerdo de esa noche, el aire era frío y el cielo oscuro, y sin embargo yo podía verte con claridad. Tus ojos tan negros como la misma noche, brillaban como si tuvieran dentro las estrellas que nos estaban mirando. Me besaste, nos besamos, aún sabiendo que no deberíamos, como si ese momento se escapara del tiempo, como si fuera más fuerte que la realidad misma y quizás lo fue. Se sintió como lo más natural del universo. Como si tus labios fueran hogar y el universo me lo debiera.
A veces esos recuerdos me acarician y me duelen al mismo tiempo. Porque son dulces, pero no dejan de ser eso: recuerdos. Y aunque me duelan, no cambiaría nada. Porque vos sos eso que incluso en la distancia sigue siendo (mi) luz. Sigo escribiéndote porque siempre me va a gustar dedicarte palabras, como quien riega algo que no se marchita aunque el tiempo pase y pase.
Solo me gustaría que el tiempo fuese más amable, que la vida no se sintiera tan injusta a veces. Que lo que sentimos no tuviera que esperar tanto para ser vivido sin miedo, sin pausas, sin límites, sin complicaciones.
Te extraño, sí. Pero sobre todo, te amo. Y eso no se me va. Yo te espero.
-M
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