CARTA V

acudo a su encuentro, compareciendo ante no solo la neurosis y animosidad que la madrugada abrasadora me circunda, si no; destinando esta comunicación a las sustancias en mi torrente sanguíneo como justificativo mísero — cuando tengo estipulado y discerní que mis facultades aún no se hayan obnubiladas por el alcohol — pero me es más asequible y confortable recurrir al autochamuyo en pos de aflojar la lengua.

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hoy, inundado del bochorno carnívoro, de vergüenza, retraimiento y sobre todo vulnerabilidad; le entrego a usted este lenguaje mendigo y acongojado. una vez me exhibió el sofoco a la aversión que tenía por la fragilidad, empero, después venía a mí con la cola entre las patas. ¿será qué me mimeticé tanto con ese discurso suto que hoy soy yo el varón minusválido de cordura y racionalidad que llega con el rabo escuchimizado en las extremidades para pedirte una miserable caricia sobre su testa? no pretendo que malinterprete mis ademanes, no persigo ni reclamo una declaración suya, ni siquiera tengo pensado qué voy (o quiero) decir. únicamente mutilo mi dignidad y cerceno con vigor cualquier apice de pudor retornando a este habitaculo que habré prometido más de una vez dejar inmaculado de mis ruegos afónicos a tus oídos de vago y maleducado varón.

cómo peco de contradicciones yo, che. estoy podridísimo de esta idiosincrasia tan amoldada a amoldarte un territorio minucioso dentro suyo. alguna vez, me impuse el deber de amputarlo de mí, ¡pero qué pibe boludo! pongo en titubeo y sospecha su entendimiento intelectual a la hora de educarse en el tema de mi estima. no porque me persista incertidumbre sobre su erudición mental, sin embargo, enrevesado se me hace concebir que pueda comprender. nunca pudo entender.

hace días que lo mantengo obstruido en mi torrente sanguíneo, entorpece la irrigación y termino anémico de su tacto. anduve a la caza de saciar esta carencia, este menester empecinado y todo fue una batalla hostil que precisamente me puso acá. me descubrí empapándome las congojas con sus palabras vetustas, añejas, e inmortalizadas en capturas de pantalla pretéritas. capaz en una de esas desearle feliz aniversario de natalicio me auxiliaba, qué sé yo. estoy fatigado de deambular tan errado, la puta madre.

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soy desmesuradamente un ignorante en la tarea minuciosa de analizar qué hazaña habrá usted emprendido dentro mío, qué eventualidad a mí me despojó de lógica y decidió fecundarse para que atraviese este cuerpo profano. no es capaz de calcular cómo yo lo extraño. y de qué manera me injuria vocalizarlo. no puedo ser tan caradura. lo localizo en todas esas fracciones de cosas triviales que me dejó. me aflige la culminación de lo que fue nuestra amistad. le habré dicho en otra contemporaneidad la ambición por preservar la lealtad y el cariño « y mi devoción ». se me incineran las venas cuando me percato de cómo se desgastó un lazo del cual me nutría en la medida de lo que se nos permitía. una barbaridad cómo sucumbo a esta impotencia yo.

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estos últimos días le puedo asegurar que la amargura de sentirme despojado de cualquier ápice de racionalidad, me mutila todo el cuerpo. hoy más que nunca pienso que quizá la única certeza que tengo (y que me queda) es que fui cedido desde el primer momento a la negligencia de un corazón que a mí no me quiso cuidar. que jamás estuvo dispuesto a construirme un lugar entre sus cosas. soy un ente minusválido que deambula como un mendigo famélico suplicando por un alimento que nunca se le va a ser dado. podría creer que en cualquier momento voy a fallecer de sórdida tristeza , y le entrego la culpabilidad completa a un hombre que actuó con la impunidad de ese que no tiene pavor en cercenar mis vísceras. ha engullido de mí como si fuera su derecho, ahora dígame ¿cómo hace un cuerpo para seguir viviendo si solo es un contenedor de ausencias?existo para su lenguaje, si vivo es para su palabra que ya no se pronuncia para mí. si respiro es por su idioma cruel y maquiavélico que solo está educado en torturarme como si yo estuviese cargando los peores agravios que se cometieron en la tierra. no me quiere conjugar en la ternura, no me salva de esta muerte que me extrae las venas y ata una cuerda a mi yugular para asesinarme.

nunca sentí que yo pudiera amar a alguien, pero si no es amor, te juro que se le parece mucho. te juro que yo quise quererte tanto.

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vagabundeo aturdido, extraviado de inteligencia, emigrando la cordura, empecinado en hacerle llegar esta epístola atiborrada en una vesania huérfana de usted. una comunicación pordiosera que no interrumpe mi sobriedad tuya, pues te pretendo enchufado en mi arteria como ósculo amargo de heroína. adjunto en este envoltorio marfil la devoción que me envuelve la idiosincrasia. — venero entusiasta la simpleza de su existir contemporánea a este cuerpo triste (sobre todo triste) que solo ha sabido adiestrarse para idolatrarlo. —

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usted es mi patria, mi etnia, mi cultura. mi estimadísimo bichito de luz, yo me di cuenta que algo mío siempre va a ser suyo cuando todavía con el desamparo y el destierro de ternura que me hizo pasar le supliqué a San Expedito que le haga volver. yo me di cuenta que siempre vas a ser mi causa más urgente. mi lenguaje se bifurca en aquel hombre cuyo rostro a mí aún no me reconoce como objeto de cariño. yo amo un delirio, una palabra mística, una alegoría inventada por mi deseo neurasténico de agravar esta herida, que soy yo aprisionado a encapricharme de cuerpos que a mí, me fusilan la esperanza, que es mi amor labrado en un nombre, un amor que son unos dígitos en la yugular, un amor que es odio, que soy yo con este vértigo irremediable, que es esta pasión sádica por obsesionarme a la negligencia emocional.

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me devora el pánico de tener que habituar mi cuerpo a su ausencia, olvidar cómo rezar de otra manera si no soy yo incrustándome rosario sobre la tráquea mientras pronuncio su nombre con la ingenuidad de quien piensa que es un mantra. que podré hacer que me escuche. que podré hacer que vuelva. ah, ¡tengo tanto miedo! tengo tanto miedo de confesarte que hoy mis pupilas solo saben ver inviernos, que están ocultas en la bruma de la tempestad, que su mirada bastaría. solo con su mirada, bastaría.

si viera lo que la noche puede hacer a un hombre que espera una palabra como el que espera ser salvado estoy seguro que entendería. nacería en usted la compasión para volver. pero nunca va a saber lo que la noche hace conmigo. no va a saber que la noche mortífera come mi sangre. un silencio como eso que nutre al corazón de pánico. un silencio como un testimonio de un hombre macabro. un silencio como el baluarte de todas mis agonías (sentirme morir y que no venga nadie a terminar de rematarme) (sentirme morir y que no venga quien yo quiero que venga a guillotinarme)

si viera lo que le pasa a mi cuerpo cuando no puede convertirse en nada que te conmueva, si viera lo que le pasa a mi cuerpo cuando debe somatizar su manera tan egoísta de quererme...

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me sulfura este capricho autoimpuesto a renunciar a la cordura cuando de usted «de nuestro vínculo» se trata. me encoleriza peor no poder exasperarme con usted, pues, no puedo culparlo por un pecado que es solo mío. no cabe dentro suyo la responsabilidad de que este verbo carnívoro y famélico de extrañarlo me despedace todas las entrañas. no es culpa suya tener tanta sed de su reciprocidad cuando yo estaba negado a asumir la derrota y no quería entender que su miedo a la vulnerabilidad pesaba más que cualquier vestigio de ímpetu que pudiera hacer que me ame.

que sencillo me sería suplir esta necesidad de usted con el rencor, invocar a los improperios cuando pongo su nombre entre mis dientes, sobre mi yugular. qué placidez mental me suscitaría despreciar ese fragmento suyo que implantó dentro de mis entrañas en putrefacción. cómo quisiera yo cercenar mi cráneo y masticar su recuerdo hasta arrancarlo de mi carne. pero estoy tan contaminado de usted que mis órganos están repletos de sepsis en su nombre. estoy irreconocible y podrido hasta los huesos. no hay nadie. no habrá nadie.

estoy gangrenado de vos.

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me despido parcialmente, hasta que mi sangre borbotee nuevamente en una ansia irreparable por escribirle nuevamente. me despido pensando en su rostro. su rostro como ese rincón maquiavélico donde exilié mi esperanza, donde ya no puedo nombrar «belleza, ternura, reciprocidad, Dios» me despido ahora de usted, asegurándole que no podría descansar de su evocación ni en mi aletargada muerte. me despido confesándole que lo llevo en mis vísceras como un veneno que no puede ser extirpado.

adiós, fantasma que se arrastra en mi sangre pestilente. me despido con el hambre intacta, diciéndole que está incrustado en todos lados porque no hay lugar en el mundo donde yo pueda huir de su nombre. suyo, hasta que mis huesos se pulvericen en sus manos, hasta que mis átomos se desvanezcan en la inmensidad del cosmos, suyo hasta que Dios esté extenuado de las plegarias del hombre y por fin elija ser misericorde.

suyo hasta la médula

N.