Carta para mi misma.

No fui boluda.

Fui valiente.

Fui alguien que se animó a salir, a confiar un poco, a dejar a los nenes, a hacer un viaje largo solo por ver si algo lindo podía pasar.

Y sí, me desilusioné.

Porque esperé un gesto, una mirada más larga, una noche más compartida.

Y en cambio volví sola, con hambre y con bronca.

Pero eso no me hace menos.

Me hace una mujer que siente, que todavía cree que los momentos pueden ser más que un rato.

Una mujer que se entrega con ganas, aunque a veces el otro no sepa recibir.

No tengo que pedirme perdón por haber querido algo simple y sincero.

Tampoco por haber esperado un poco más de cuidado.

Solo tengo que recordarme que mi tiempo vale, que mi cuerpo vale, que mis ganas valen.

Esta vez aprendí.

Aprendí que no quiero volver a un lugar donde me quede vacía.

Aprendí que prefiero quedarme en casa con mi zapallito y arroz, pero en paz,

antes que compartir una hora con alguien que no ve todo lo que hago para estar ahí.

La próxima vez, me elijo a mí.

Y si alguien se queda, que sea porque también lo siente.