Hoy se cumple un nuevo aniversario de aquella última vez que hablamos. El recuerdo de esa despedida sigue siendo una gran daga en mi alma, ninguno de los dos sabía que ese era el final. No hubo ninguna señal que nos alertara de esto, fue una charla como cualquier otra, me escuchaste atentamente y yo te escuchaba; reías, creo que reías.
Me cuesta admitir que tu ausencia duele. Percibo con tristeza como el olvido trabaja sobre vos, tu imagen y aquella parte que dejaste en mi. Ya no recuerdo tu rostro, ya no recuerdo tu voz, los momentos se me escapan y yo trato de retenerlos inútilmente; los repaso una y otra vez pero se deforman, se desgastan.
No me consuela saber que todavía estás perdida ahí, perdida entre tanta gente, entre tanto espacio, y tanto tiempo. No caeré en la falsa esperanza de un reencuentro. Extraño hablarte sobre el susurro de los gorriones de mi patio, lo verde que está el césped y el viento cálido que tanto esperamos cada año. Confiamos en que no sería la última vez, ilusos.
Ahora te escribo esta carta con mis manos arrugadas y mi espíritu golpeado por el paso del tiempo. Tenía que decirte esto antes de que mi memoria te suelte por completo. Ya no queda nada, finalmente sos libre.
Anónimo
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Esteban A. Nieva
Al final de la palabra siempre esta el sentimiento, curiosamente es lo primero que percibe el otro; aquello que le llama la atención.
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