Sé que es más que probable que usted se eche a reír si tiene la oportunidad (y el deseo) de atiborrarse de mis súplicas. Tal vez esté pensando en la ridícula anomalía de mi incapacidad para despertar mi instinto de preservación. Probablemente, en este mismo momento, me esté considerando grotesco, presuntuoso, bruto, un esperpento que no tiene ni una sola unidad de consideración o respeto por su honor. Quiero emplear esta carta como una soga a la yugular, como una confesión, como un método para exteriorizar los pecados que me envuelven—y que llevan su nombre en mis átomos—. Nunca he sido un hombre de certezas, y usted sabe que mi naturaleza obtusa y animal me imposibilita para engatusarlo. En realidad, nunca había tenido una sola certidumbre en mi vida, hasta que lo conocí a usted.
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Le suplico que no se ría de mi testimonio, pues elegí despojar a mi alma de sus vestiduras para serle franco. Tengo la tendencia a crear mis propias tragedias, y todas están construidas en la perversidad de complicarme la herida de su abandono.
No sé si usted piensa en mí con la ferocidad agonizante que me envuelve las entrañas. Tal vez ni siquiera me recuerde, quizás mi nombre sea hoy una onomatopeya de indiferencia o, peor aún, haya decidido extirparme de su presente. No sé si usted piensa en mí con el menester que siento en mi carne. Solo quiero decirle que siempre espero que vuelva, que he modificado mi cotidianidad para que no pueda impedirme perder su regreso.
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Le aseguro que no me colma de dicha escribir esto. Le tengo un reticente pavor a que manifestarlo tangiblemente lo vuelva algo concreto, palpable, verosímil. Empiezo a creer que la omnipotencia de su ausencia es el único dios al que se me permite ser devoto. Quizá estoy sentenciado a tener esta fe ciega y maldita, que desconoce la ternura y la reciprocidad, y que reza con fervor neurótico a un hombre todopoderoso que sigue eligiendo desintegrarme el alma, entregarme solo el silencio, fecundar todas las torturas humanas en nombre de una ausencia.
A veces creo que yo, a usted, lo deseaba antes de nacer, ¿Sabe? Que mi devoción se gestaba en el vientre de mi madre, formando mis vísceras como una extensión de su sangre. Ah... ¡Qué impotencia este cuerpo horrorizado en la necesidad bestial de convertirme en todo aquello que a usted algún día lo conmueva! Ya no tengo independencia, ni un gramo de autonomía, porque me he convertido en este parásito saboteado, que escupe una plegaria agria, enfermo e irreconocible, que le ofrece su alma anoréxica y no quiere aceptarla.
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Me someto ante cadenas intangibles empalmadas a mi garganta impúdica; dócil, mi paladar se deleita con el cruento espesor de mi sangre nicótica. Escribo para un lenguaje sádico que no tiene palabras para mí.
¡Y yo! Yo nací en su costilla mancillada, estoy condenado a monopolizarme el pensamiento con su existencia que me deja inválido en una paranoia asesina. Me mutila la vida alimentarme de migajas afectivas, pues amoldé mi dieta a usted, varón cínico que me domestica en un salvajismo en descomposición, que me desordena vulgarmente a su antojo.
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Hoy le aseguro, colocando ambas manos en un ademán de rezo, que no creo poder sobrellevarlo más. No puedo (ni quiero) rehabilitarme de usted. Siento en mi estómago una hambruna voraz: hambre de ternura, de benevolencia, de una palabra... hambre de Dios. Estoy incrustado en usted, le rindo absoluta pleitesía. Tengo un anhelo irrefrenable de morir; quizá podría entregarle mi cuerpo a la ciencia, quizá así usted pudiera aprender, asimilar, simpatizar brevemente conmigo. Quizá, si dejo que profanen mi cadáver, que lo diseccionen con meticulosidad, solo tal vez, ahí usted pueda empaparse de sabiduría y entienda que llevo su nombre fosilizado en los huesos. Qué desastre, qué violencia, qué crueldad inmisericorde se produce en el cuerpo cuando el cariño no garantiza la permanencia.
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A pesar de ese pronóstico desolador, incluso si usted saborea en su boca la dulzura maquiavélica de haberme hecho metamorfosearse dentro de su alma, yo continúo desconociendo cómo hacer uso de la cordura. Aún continúo rezando, dialogando unilateralmente (no sé con quién), para que exista un Dios en algún rincón del universo que todavía lo quiera salvar, incluso si sus manos están todas manchadas de mi sangre. Jamás he sido un hombre que tenía la piel rebosante de misticismo, pero en este instante sería capaz de peregrinar de rodillas hasta que mis huesos se reduzcan a cenizas, solo para llegar y rezarle a la figura santificada de su ternura. Peregrinaba hasta la consumación de mi cuerpo, solo para que el mundo sepa que alguna vez usted fue mi mayor acto de fe.
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Si yo pudiera recibir el don de todas las respuestas a las incertidumbres que el ser humano alguna vez concibió, y mi amor fuera por fin la alquimia, el secreto para la inmortalidad, para que el mundo decida por la tregua... o si pudiera ser todo aquello que despierta inocencia, esperanza y convicción incondicional, y no tengo su amor... de nada vale, de nada valgo. Si yo pudiera ser algo, sólo sería todo eso que le hiciera quererme.
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Todo lo que conozco está edificado en su nombre. Todo lo que sé, lo aprendí de usted. Cada palabra que pronuncio es el lenguaje que construí sobre su lengua soberbia. Deambulo por la tierra huérfano de su cariño, limitado a ser un muñeco subordinado, condenado a parafrasear sus palabras de manera incompetente. No sé hablar con otras palabras que no sean las suyas. Y desde que no está, no me queda nada. No amo nada, no amo a nadie. Ya no hay más belleza en el mundo.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤAdiós. Lo dejo sin culminar esta correspondencia, porque me ha interrumpido un desasosiego incurable. Tengo el alma inundada de su insensibilidad. Ojalá usted esté pensando mucho, ojalá usted no me quiera olvidar. Lo quiero como solo un hombre lleno de remordimientos puede quererlo. Lo quiero como solo alguien que sigue creyendo en la ternura puede querer.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤSuyo, con abatimiento y perpetua adoración,
N.
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