CARTA III

(9 de mayo)

¿será qué la vida a mí me va a ser misericordiosa por un cachito de tiempo para brindarme un golpe de suerte y no estar enviándole un mensaje al aire? ¿seré bendecido por el beso casto de Dios y me va a mostrar una pizca de clemencia en este mundo que solo es un cascarón sádico sin tenerte al lado mío? ojalá, ojalá que sí.

ignoro yo el hecho de que probablemente no vayas a leer esto, seguramente no. hacer uso de la sensatez a la hora de imaginar que esta correspondencia va a quedar sepultada en el ataud de tu indiferencia descomunal, me genera deseos enfurecidos de morir. empero, vos siempre supiste que hago lo que se me canta y mi espíritu se niega contra todo pronóstico asumir la derrota.

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tu ausencia se me asemeja a una daga bañada de ponzoña que se introduce en donde debería estar el corazón, que hoy es una cavidad vacía después de que decidiste arrebatarmelo y despojarme de amor cuando te fuiste. te echo de menos con una violencia escabrosa, con una ferocidad que me hiere las entrañas. pues a mí me tocará en este invierno desolador como una muerte, comunicarte la urgencia de tu presencia, de frecuentarte y contaminarte las jornadas con mi neurosis de varón chiquilín.

tu falta me atormenta, y estoy seguro que todas las torturas del mundo fueron inventadas basándose en el dolor que vos me provocaste.

y en mi inocencia neurasténica imagino que tenerte sería de auxilio para tolerar el frío que es agónico, instruido en fragmentarme cualquier vestigio de esperanza. que tu palabra lograría ser aquel antídoto envuelto de ternura, capaz de salvarme de agonizar envenenado en el desamparo en el que me hallo esclavizado dentro de estas noches en las que batallo con mi cordura (y pierdo) y me convenzo de que vas a llegar para acunarme el rostro entre tus manos santificadas y mutilar finalmente este cadáver limitado a pudrirse, por la abstinencia de tu misericordia. de tu tacto.

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el sollozo de cuervos sádicos se alimentan de mi cuerpo putrefacto por culpa de toda tu negligencia emocional, sus plumajes malignos revolotean sobre este cadáver vencido y melancólico. el mismo que asesinaste cuando decidiste que mi cariño no era lo suficiente conmovedor para no dejarme huérfano de vos. la fragancia agria que tu corazón emana encoleriza cada recoveco de mi sangre estropeada por estos versos, no comprendo si existe una finalidad para continuar sepultado en este círculo vicioso, que soy yo pidiéndote, amándote, deseándote.

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me visita la evocación de tu ser entre somnolencia y vértigo, te vas entretejiendo sobre hilos mustios de ausencia y yo saboreo la amargura de torturarme por ese rostro tuyo que empeora la herida, este cuerpo inhabitable que es angustia, este ataúd adolorido que hoy te extraña. me declaro víctima de afligirme en un hombre sádico que instruido está para despojarme de todo afán dichoso. me declaro culpable quebrantando la lógica, responsable de atentar contra mi carne pútrida que únicamente anhelaba ternura.

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amor mío. ¿mi nombre también deambula sobre los parámetros de tu cabeza incinerandote el pensamiento hasta provocarte la agonía? ¿o es que solamente a mí me extirparon la cordura? ¿o es que solamente yo te añoro de esta manera?

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ojalá a vos se te nazca el deseo neurótico de volver para el invierno. porque la idea de tener que convivir con el frío caníbal y además, martirizarme en tu ausencia; en mí serían motivos suficientes para congelarme sin clemencia todas las entrañas. ojalá el porvenir helado, te teja un abrigo de caprichos y en su cruel vestidura, te impulse a buscar calor en la caricia devota de mi lenguaje. ojalá no hagas caso omiso a tus impulsos de hombre soberbio y vengas a saciar una sed implacable de refugio, de complicidad furtiva alrededor de unos brazos que no han dejado de esperarte.

porque hoy me veo en la dolorosa tarea de comunicar que mi existencia se halla desprovista de la vitalidad que solo vos podrías inducirle. qué lo parió, L. te extraño y te necesito con una fuerza que destruiría cada fibra y molécula del mismísimo cosmos.

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continuamente voy suplicando por una caricia sumisa, una palabra que a mí me dijese «he venido a besarte sobre el pecho, y la luna nunca ha estado tan linda como el día en el que volviste a pronunciar mi nombre». tu verbo conjugado en reciprocidad que a mí me dijese «no sufras más, mi alma siempre ha estado fecundada en la homogeneidad de tus partículas. no sufras más, acudo a tu encuentro, he venido, volví».

no hay nada más peligroso que esta devoción que yo experimento, que me incinera hasta el lugar más recóndito de los órganos. te confieso, he pensado abandonar los vicios que me abrevian el tiempo en el que te puedo pensar, las tareas cotidianas que poco hoy me interesan llevar a cabo, si no tienen que ver con vos.

encuentros inacabados con otros varones monótonos que me inundan en la desesperación de querer acudir a tu encuentro y decírtelo, decirte que yo me autoflagelo en caricias de cuerpos ajenos al tuyo, que me pican las manos y se llenan de un fuego carnívoro por no poderte tocar, que mi cuerpo es alérgico a cualquier átomo que no esté constituído por tu carne inmisericorde, que fantaseo con los dos, con nuevamente contemplar tu aparición, donde vos quieras refugiarte en mí piel, donde mi beso tierno sepa extirparte el capricho de probar otra boca, donde tu ternura se localice en mi cara de niño en orfandad que guarda silencio siempre que no habla para vos.

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pero vos no venís.

y nuestros ojos no se miran,

nuestras manos no se tocan,

nuestras bocas no se besan,

y nuestro llanto no se hace el amor como bestias sádicas que se devoran la cólera.

no venís.

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y yo sufro de esta sed que me devasta

a respirarte despacito entre la boca,

a murmurarnos con alevosía,

confesarnos con la picardía de la intención de un lenguaje que aborrece la idea de consumirse en la carroña inhumana, en la impotencia de tener que aceptar que debemos olvidarnos.

que no te importe olvidarme.

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me edifico en la invención viciosa

de tu palabra inimputable,

me hago de tu voz que pronuncia mí nombre

con una suavidad bien instruida

para mutilarme la esperanza

busco desintoxicar,

eludir

y renunciar a tu rostro que es mío,

a la urgencia metafísica de ungir mi agonía

con tu soberbia maquiavélica.

huésped sos de mis escombros desgraciados,

parásito que vive en la inmortalidad de mí carencia, en el abismo de fragmentarse en este órgano repleto de culpa por desperdiciar un amor que únicamente ambiciona con ser tuyo.

dolor de ansiar tu mirada indiferente.

dentro de mí:

dolor en los huesos.

dentro mío vos,

que te sueño obstinado en reconstruirte otra vez dentro de mí cuerpo.

cansancio de tu amor escabullido en mí

como cuchillos que me destripan el amor propio.

cansancio de esta ingenuidad sofocante

que te implora

un poco de domesticación.

un abrazo inmenso y conmovedor, como si pudiera traspasar las fronteras del tiempo y el espacio. me hacés falta, me hacés mucha falta. sincerándome, puede que hoy me limito a ser un alma entristecida, que todavía sigue esperando que la saqués a bailar un tango agónico sometido a tu alma provinciana.

porque tu silencio es una bestia carnívora que va devorando estas vísceras y me deja vacío, anhelando tu presencia como un famélico en el desierto anhela una mísera gota de agua. porque te evoco bajo un manto de tempestad enfermiza. porque vacía tengo las venas (que requieren de colmarse en tu egoísmo incuantificable) tengo tus atenciones para conmigo enchufadas a la arteria y estoy condenado a tener los huesos impregnados de tu nombre. porque te venero como la religiosidad absurda que me envuelve la carne, porque la muerte come de mí en todo este autoflagelo que te implora.

con ira, angustia y desesperanza, con toda la añoranza que cabe en un hombre limitado a ser el que te espera.

y sobre todo

siempre tuyo, exhaustivamente tuyo

te espera, N.