Nunca sentí tu mano sostenerme,
ni escuché tu voz cargarme
Tu rostro fue un mito distante,
y yo, herido, aprendí a valorarme.
A los doce aún creía en cuentos de hadas,
escribía relatos con lágrimas en la almohada.
Inventaba amigos para soportar los días,
el dolor de no tenerte, de no oírte, de no verte ahí.
Pasaron los años, a los veinticinco terminé una carrera,
me convertí en padre y sentí lo que tú sentiste.
Miedo y dolor,
¿Lo haré bien? ¿Seré bueno?
Pero el tiempo sanó mis heridas,
y aunque tragué agua salada y vi el infierno de cerca,
encontré mi luz, mi fuerza, mi coraje,
me quemé las manos, pero me volví más fuerte.
Ahora, aunque tarde o duela,
disfruto el viaje, sin temor al final.
Mi luz brilla para otros,
mis alas cubren a quienes cruzan mi camino.
Mis sudores despejan caminos,
y mi fuerza se funde con mi ser de antaño,
para decirte con amor y sin temores:
¡NO TEMAS! El futuro es incierto, pero es tuyo.
Escrito a puño y letra en las hojas del destino,
avanza, no te detengas, aunque te cueste.
Porque lo que fuiste, un día será eterno,
y tu historia, querido yo, no será olvidada jamás.

Alexander V
Aquí comparto mis versos como quien deja cartas sin remitente: esperando tocar el alma de quien los lea, o simplemente, escuchar el eco de mis propios sentimientos.
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