Escribir en caliente pocas veces es bueno. Stephen King dice que la escritura es pensamiento depurado, y esto tiene mucho de pensamiento, poco de escritura y quizás nada de depurado. Es en verdad una necesidad, casi una pulsión.
Me siento cómplice de tu dolor, tal vez sea por eso que interrumpo la tarea que hasta recién me envolvía. Tengo aún pintura fresca en los dedos y la ansiedad imparable por hacer de este departamento un lugar habitable. Pero aunque creí que no, eso puede esperar.
Hoy tenés un nuevo muerto o a lo mejor sea el primero. Hoy también es el cumpleaños de mi muerto más muerto y el más mío. Debe ser por eso que necesito decirte esto. Porque así como nadie te enseña a vivir la vida, tampoco te enseñan a vivir la muerte. Y yo tampoco voy a enseñártelo, porque no lo sé. Solo puedo afirmar que una muerte no se supera jamás. Lo único que hacemos es aprender a convivir, paradójicamente, con esa ausencia, como un amputado que continúa viviendo sin una pierna o un brazo.
También puedo decirte que no hay consuelo. Es la irreversibilidad en su máxima expresión: eso es la muerte. No hay palabras, ejemplos, gestos ni nada que te arranque de la angustia y eso está bien. Caminarás por los recuerdos reprochándote de no haberlo disfrutado más cuando podías. Y eso también está bien. El saberlo vivo te alcanzaba y ahora sentís una desesperación por arrancarle aunque sea un momento al pasado cercano, al día anterior, a las horas de la mañana, o en este caso a la última televisación, a la última polémica, a las palabras de eco eterno que generaron esa dulce bronca en las personas que no nos gustan. Pero no lo intentes, no hay manera de volver el tiempo atrás. Solo te queda el tránsito pesado de días radicalmente distintos, que pasan como una sumatoria de momentos extraños, fugaces y borrosos que lo único nítido que destilan son los recuerdos de tu muerto. El resto, lo real, transcurre como una ensoñación.
Me siento con autoridad de hablarte en este momento porque quién no lleva un muerto encima está espiritualmente inhabilitado a sentir este dolor. Como si la sensación que experimentamos estuviera cifrada en los genes y solo se desbloqueara con este golpe frontal al alma, ineludible.
Siempre se jode con estos días. Cuando se siente el perfume indescriptible del final que se acerca lentamente, cuando ya el olor a hueso y oz es penetrante, a veces, sucede una gambeta, un changüí, que nos da un tiempo adicional y entonces jodemos para tapar el miedo. Hasta podes llegar a acostumbrarte al olor al punto de no distinguirlo. Pero llega, tarde o temprano lo hace. Sí alguna vez dijiste “yo no sé que haría el día que…”, acertaste, porque efectivamente esa es la primera sensación. Estúpidamente la sentimos, como si hubiera algo para hacer. Tu muerto no va a volver, solo se va a acomodar —con el tiempo— en la repisa de tus recuerdos, como tu libro favorito: puede cambiar de estante, de biblioteca, mudar de cajones y de techos, pero siempre estará con vos.
Tu muerto tendrá más memes que goles, todos ellos sin la poesía de la pelota entrando al arco del sentimiento argentino; más palabras que verdades; más amor que odios injustificables. No hay lugar para reproches; ni para defensas ni para ataques; ni demonización ni canonización. Cada uno pasa la vida del fallecido por el tamiz de la propia subjetividad y se queda con el polvo que más le guste y lo guarda en los estantes de huesos, ahí donde el calor del corazón impide que el recuerdo se seque y el tiempo lo erosione. Ahí donde en silencio se hace eterno.
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