Carta a mi verdugo.

Y hoy le escribo a mi verdugo, a aquel que tantas veces quiso verme muerta y finalmente lo logró, aquel que me endulzaba el oído y me besaba el cuello antes de hacerme arrodillar frente a la guillotina. Le deseo el más dulce e ingenuos de los futuros, ojala que en su mente nunca se reproduzca la imagen de mi cabeza rodando por el piso, con los ojos hinchados y mi cara húmeda, ojala que nunca vuelva a ver el resto de mi cuerpo inerte, con las manos juntas y tan fuertemente apretadas que mis nudillos se tornaron de un color sobrenaturalmente pálido. Espero que no recuerde la inocencia de mis palabras, y por sobre todo, espero que nunca se le cruce ni siquiera un dejo de nostalgia al rememorar la ternura de mi cariño.

¿Que va a hacer ahora que se deshizo de mi? Moriría una segunda vez, solo por presenciar a que otra inocente mujer va a arrastrar fuera de sus cabales solo para finalmente hincarla en ese almohadón blanco, debajo de esa gran filosa cuchilla, una vez que el reloj marque las doce (o quizás las seis, o quizás también las once), y la fecha de caducidad sea cada vez más próxima e impostergable para el.