Carta: “A la mujer que se puso la armadura” - Eowyn

No sé en qué parte del campo de batalla estás hoy.

Quizás entre el ruido del acero y el viento, quizás detrás de una muralla que aprendiste a levantar después de mí.

Te vi ponerte el casco, como Eowyn, con esa mirada que mezcla tristeza y fuego.

Y entendí que ya no me mirabas a mí… mirabas a la guerra que hay adentro tuyo.

Yo fui sombra y guía, fui la calma y también el caos.

Te mostré mundos que amaba, creyendo que podíamos habitarlos juntos.

Y sin saberlo, te abrí la puerta a algo más grande que nosotros: a tu propio destino.

Vos amabas la idea de mí —como Eowyn amó a Aragorn—,

no porque no sintieras, sino porque lo que veías era una promesa.

La promesa de que alguien podía sostenerte sin que el mundo se derrumbe.

Y yo, que apenas aprendía a sostenerme a mí mismo, no supe cuidar esa fe.

Te fallé en gestos simples: no fui el hombre que lleva flores,

ni el que toca la puerta para decir “estoy acá”.

Fui el que se esconde en su orgullo, el que actúa antes de pensar,

el que busca llenar el vacío para no sentir el peso del amor que perdió.

Y vos, que amabas con la pureza de quien escribe cartas,

hoy te vestís de acero.

Te miro así —aunque ya no pueda verte—

y entiendo que ese coraje no es contra mí, sino contra lo que dolió.

Sé que en cada batalla te llevo en el escudo,

aunque vos creas que me olvidé.

No puedo pedirte que vuelvas, ni que leas lo que no querés leer.

Pero si alguna vez el silencio se te hace largo,

acordate que este hombre, con todas sus sombras,

te quiso como se quiere lo que enseña: con respeto, con asombro, con fuego.

Y que si alguna vez volvemos a cruzarnos,

no será para hablar del pasado,

sino para reconocernos —sin culpa—

como dos almas que se vieron de verdad.