Carta, a la Cordillera de Los Andes.

Querida:

Me atrevo a llamarte así porque ya me es costumbre ver tus ojos de amor, sentirlos en la nuca, caminar con tu sombra y tu perfume. Atestiguando mi romance con tus trucos de mujer salvaje.

Hoy, soy solo una gata herida que viene pidiendo tregua. Yo te conozco, mujer, te conozco porque amamos igual. Porque son tus manos, pero son mis ojos. Es tu cabello rizado, pero son también mis tatuajes.

En la antagonia de saber que somos la otra a jornada completa, con vacaciones cuando se le agota el tiempo de amar.

Mujer, que esta carta se nutra de prócer y cruce la Cordillera de Los Andes. Que haga eco mi maullido de fiera en los rincones cóncavos donde vos tambien le hiciste el amor.

Aunque te vea enemiga, te compadezco como hembra. Sabiendo que la carne es débil y el corazón traicionero.

Planto mi bandera blanca en la cumbre más alta, allí donde falta el aire y el viento amenaza con sumirte al vacío. Te propongo un trato, mujer amante: venga a mis brazos una noche, yo le haré el amor a usted.

Será allí, solo así, cuando me comprenda que hay fuego vivo en mis entrañas. Y así como amo, también devoro.

Ya no juegue conmigo, desentiendase. Que ni a usted ni a mi su amor le corresponde, es más grande la hazaña de buscar sentirse amado, que la certeza de saberse amado por todas partes y seguir estando solo.

Una frontera separa la rabia, una cadena montañosa la resguarda a usted de mi y a mi de usted.

Para que vea, soy piadosa, y le pido también clemencia.

Mujer, yo la conozco.

Es usted tambien

fiera

animal herido

Cazadora de

amores prestados.

Mujer, no me obligue a tener que enamorarla también a usted.

Siempre a la par suya,

golondrina.