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Carne abierta.

Aug 28, 2025

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Carne abierta.
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La ramificación del deterioro puede condenar nuestros órganos en una falla lejana a la falta de apego, al azar. Injusta. Sobre la mesa de una sala médica te hallarás a pecho abierto y el núcleo de tu sangre dejará de transportarla al resto de tu cuerpo, no habrá calor, en consecuencia no habrá vida, y sin vida no habrá un amor que se pueda palpar. Toda maniobra: el bisturí agrietando la piel, el vapor de la temperatura que se escapa y la viscosidad del interior secándose, habrá sido manipulada en un cálculo, en un estudio posterior y rutinario, así como tantas vértebras expuestas y tantos corazones agotados.

Lo único que no tengo asegurado es mi tránsito sereno, a diferencia de la certeza de portar un corazón colmado de amor y una sangre que a borbotones se deja ver cuando la púa de la existencia ajena a mi cuerpo que me llena de vida, se clava con gentileza en mí. Mi conciencia entonces es un disparate y profeso una creencia hacia cualquier deidad que me preste oído, suplicando por la eternidad de este presente, y que como vil consuelo de no ser otorgada, sean sus manos las que acojan mi carne cuando ya no sirva.

En mi cuerpo frío, pálido, inmóvil y cubierto hasta la cintura, con el rojo punzante en mi centro como único destello de color en lo que quedaría de mí, abatida de manera imprevista por la muerte, ¿se me permitiría recibir una última caricia en el tórax? Médicamente la velocidad es crucial, me cerrarían desde el vientre hasta la cima de mi pecho, y entonces estaré muerta enteramente. Desalmada, observando desde afuera la cuna de todo mi sentir. Descorazonada, viendo mi corazón como un desecho / como un reemplazo para quien no es digno de mi motor. Sola. Como si hubiese venido al mundo a fundirme en la tierra y hacerme cenizas sin más.

Me aterra lo despiadada y desconsiderada que es la muerte, no porque mi vida sea una pieza valiosa entre tantas, pero sí por el tamaño de sentires, sensaciones y placeres que albergan mis lunares, mis pestañas, mis uñas. Por cómo mi estómago duele de tristeza, por cómo se aceleran mis latidos cuando amo y cuando temo, como para que se vaya de la nada en un cuerpo sin remedio y sin la vitalidad ajena devolviéndole un grado de calidez. Valoro estos ojos que pueden ver el propósito y significado de los años que cargan mis huesos, de la búsqueda implícita que dio con el paradero en el que quiero permanecer sin arrugas y cansancio. No querría que la muerte hurte mi única pertenencia, tal amor enlazado a mi flujo sanguíneo. Moriría en una pérdida, sin importar por cuál decidiera partir.

Libélula.

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