mobile isologo
buscar...
Empieza a escribir gratis en quaderno

Me acostumbro al silencio. Los ojos cerrados. Me concentro en la respiración. Inhalo y exhalo con lentitud. El humo del incienso me envuelve. Ese olor a lavanda se mezcla con el del aceite de rosas en mis manos. El corazón camina lento. Me relajo. Respiro normal, encuentro la calma... un pájaro trina del otro lado de la ventana y abro los ojos. Chau calma, chau paz. Todo a la mierda. Imposible concentrarse.

Descalza, voy a la cocina y pongo el agua para el mate. Miro el celular y el mensaje sigue en visto. Ya son casi cuatro días de silencio.

¿Qué estoy haciendo mal? ¡No! Él está mal. No es culpa mía, no son mis problemas. "¡Carajo!" Grito hastiada. Estoy cansada de relaciones así.

Veo la valija en un rincón. La miro mientras tomo el primer mate. Le camino alrededor sin dejar de verla. "¿Y si me voy a la mierda?" Pienso y tamborileo los dedos en mi mentón. Es finde largo. Tengo sábado, domingo y lunes para relajarme. Entonces se me prende la lamparita y lo llamo a Diego.

—¿Qué hacé' loca?

—¿Te vas para allá el finde?

—Te paso a buscar a eso de las 7 de la mañana.

—Listo, compro cerveza. Te veo mañana.

Es el plan perfecto. Me voy y así pienso mejor las cosas. Quizás este es un cierre de todo.

La llamo a mi hermana para que venga a cuidar a Zeús, mientras tanto armo el bolso. Una valija es demasiado para un finde largo.

—Hola vo'.

—Escuchame Caro, venite a casa a cuidar a Zeús. Me voy con el Coretoto a Carhué.

—¿Sigue en visto la cosa?

—Cuatro días y contando.

—Él princeso y vos una loca.

—Y a mucha honra ¡Vení!

—Ya salgo.

Después de casi tres horas de viaje y mate lavado, almorzamos en la casa de mi primo en Carhué. Las primeras horas de la tarde nos sorprenden en medio de la sobremesa y cuando quiero buscar otra cerveza, él me para y me dice: "¡No la abras! Vamos a la laguna".

Media hora más tarde, el sabor salino del aire se mezcla con el amargo de la cerveza. La primavera ya es un hecho y el día está en el punto justo. Mi primo y yo disfrutamos de la vista en la laguna de Epecuén con los pies descalzos apoyados sobre un bloque de ladrillo y cemento.

—¡No podés comer eso a cada rato!

—Es el reemplazo de los cigarrillos —dice mientras sigue comiendo gomitas frutales y tomando cerveza.

—Tus mezclas son repulsivas.

—Mejor empezá a elegir mejor compañía y dejá de mirar lo que hago yo ¿Y a éste qué mierda le pica?

—Dice que no quiere una relación…

—No te quiere.

—Eso es obvio.

—¿Te doy un consejo?

—Para eso vine. Sos diez años mayor que yo, algo más sabes.

—La vida es muy corta. Dejate de joder. Cortale el rostro y mantené el enfoque en tus intereses. La vas a pasar mejor.

—Siento un vacío que duele.

—No estás vacía. No seas boluda. No esperes nada de nadie y todo cambia.

—Me ahorraste la terapia.

—Pero dejame comer gomitas tranquilo —me dice mientras mastica.

El sol está casi tocando el agua. Hay algunos flamencos rosados buscando qué comer mientras seguimos hablando de la vida que tenemos. Somos afortunados, lo tenemos todo. Al final, me termino las gomitas de la bolsa.

Nos quedamos callados por un rato. Creo que los dos necesitamos reflexionar acerca de algo. Por mi lado, son estas relaciones truncas que se dan una y otra vez. Por suerte hoy no se me da por llorar, estoy en paz y puedo apagar la cabeza un instante para escuchar el silencio. Ese susurro del viento que pasa por entre las ruinas y que silba en los oídos. Oír eso y nada más. No cierro los ojos pero estoy en trance. Fijo la vista en el horizonte y ahí me quedo. El silencio repara las partes rotas, las acomoda, las une devuelta, las pone en su lugar. Me siento mejor.

Diego tiene razón, la vida es muy corta para quedarme donde la prioridad no soy yo. Prefiero darme mi lugar y concentrar mi energía en esas cosas que siempre dejo a un costado.

Dobla la esquina con el auto, estoy a media cuadra de llegar a casa. Dos días de aire salino y me siento renovada. Caro ya tiene lista la comida, sabe que llego en diez. Hay mucho por hablar.

—Listo loca, llegamos —dice y se estaciona— Te veo la próxima.

Nos abrazamos y me bajo del auto. Sonrío porque por fin me siento bien. Camino el trecho hasta la entrada de casa y, a dos pasos de poner la llave en la cerradura, me vibra el celular en el bolsillo. Todo se derrumba con un simple "hola".

Foto: Diego Xamo

Camila Foresi

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión