Ya no soporto habitar esta piel fría,
desamparada de sutileza,
un caparazón vacío,
carente de la ternura que alguna vez la habitó.
El reflejo en el espejo me devuelve una sombra,
una figura erosionada por el inclemente sentir de un mundo cruel,
sumido en grises,
donde los colores abandonaron sus lienzos,
y la ternura se disolvió en el silencio de la noche.
Me siento atrapada en esta cárcel de carne y hueso,
prisionera de mis propios latidos,
un eco vacío en un desierto de indiferencia.
Anhelo romper esta cáscara que me asfixia y
liberar mi alma, que aún suspira en lo profundo,
pero las grietas solo revelan un vacío más hondo.
Quizás, en algún rincón olvidado,
haya un atisbo de luz que aún pueda alcanzarme,
o un destello de calor que reviva esta carne moribunda.
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