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Capítulo IX

Nov 22, 2025

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Capítulo IX

Sin embargo no llegó a tiempo, y lo curioso es que llegar tarde tampoco alcanza; como si uno quedara siempre del lado de afuera de un reloj que se obstina en cerrarse. Atardece Buenos Aires a su modo oblicuo, con ese telón desganado que se desploma sobre la ciudad como si los teatros hubieran dejado caer la respiración. Las oficinas se van apagando de a una, pequeñas renuncias eléctricas, y las persianas metálicas bajan a mis pasos con el mismo chirrido con que respira un centro que cambia de guardia, no sin antes preguntarse quién va a quedarse con su noche.

En Diagonal Norte un hombre se queda quieto, justo en la esquina donde el Obelisco insiste en hacerse faro de un mar que nunca llega. Se frota el pecho como si allí adentro hubiera un animal dormido que quisiera despertarlo, y con la otra mano rebusca un cigarrillo en el saco, puro trámite para seguir estando. Entonces se desplaza un colectivo y se lleva de prepo mi reflejo. Me quedo un instante sin mí, como si la ciudad hubiera decidido corregirme, pero enseguida vuelvo y miro el mismo cielo violeta que todavía no sabe si ser hermoso o triste, igual que yo.

El humo de los autos, ese olor a lluvia estacionada en las veredas, y los amores suspendidos entre Lavalle y la memoria vandalizada de bancos y barandas, todo me llega mezclado con músicas que apenas recuerdo, melodías que sé que me encantan aunque no quieran venir del todo. Hablo solo y me sorprendo, me digo cosas que ya no importan mientras la mano suelta el cigarro antes de que el pecho decida dispararse, aunque esta vez se queda callado, como un perro que no ladra por primera vez.

A veces pienso que la ciudad se expande por todos lados y otras que soy yo quien se comprime en el medio, un punto negro en un mapa mal recortado. La avenida se me entra por la punta del zapato, me atrofi a los dedos, me sangran en una forma que no se ve pero se siente, te digo que se siente. Buenos Aires se cuela por mi cuerpo como quien quiere matarme o recordarme algo. Y cuando me pierde otra vez en un reflejo falso, descubro que la ciudad es una versión barata de sí misma, una Buenos Aires de utilería, un modelo que se pliega y despliega para no mostrarse del todo. Hay algo que falta, y yo me repito que todo esto es mentira, que lo sé, que lo aprendí en el manual de emergencia, aunque los manuales son ese juego maldito donde cada página depende de una lotería íntima.

Esta réplica bonaerense hecha a escala de tu mano —con diagonales torcidas, veredas que se desarman si las mirás fijo, y plazas con nombres imposibles— me encuentra resistiendo la tentación de perderme. En ella o en vos, que al final es lo mismo. Taquicardia de media tarde, aire de cafetería que se cuela entre medialunas y silencios, cada mensaje que no llega, cada intento de conjugar este cielo opaco con lo último que supe de vos. Y entonces, inevitable, vuelve la melancolía, ese error de imprenta que se repite y nadie corrige. Una ciudad a escala que quiere pasar desapercibida, como si pudiera, como si yo no conociera demasiado bien el truco.

Temo decir que quise creerle. A pesar de las faltas de ortografía en los carteles, de los nombres errados de las plazas, de las avenidas que se cruzan donde no deberían. Quise. Quise perderme entre tus calles, renombrar bares de trasnoche, caminar esa contraparte amanecida siempre un poco borracha, siempre poco sobria, como vos decís cuando te reís. Incluso sabiendo que siempre se llega al centro por cualquier camino, incluso sabiendo que vivo agazapado en la palma de tu mano. Hubiera preferido no frenarme, no quedarme colgado del ruido de los que cortan el pasto, ese ruido que siempre te cae tan bien. Hubiera querido acariciar el límite de mi cordura para ver si todavía conserva tu perfume.

Todo duele un poco, Sofía. Vos podrías sumarte a esa manía de cortar el pasto a estas horas, podrías porque te luce, porque te gusta pasarle la bordeadora a toda cursilería porteña que se te acerque. Entonces intermito —qué palabra— entre mi desesperanza y un anhelo furioso que no entra en ningún molde. Sueño con que quieras volver tangible al amor, sacarlo a pasear por ahí sin rumbo, como la moneda del subte que nunca dejo en casa. No sirve para nada pero me acompaña, igual que vos, igual que esas pintadas que nunca hicimos pero que siguen brillando en alguna pared, igual que los baños rotos de la estación donde nunca entramos porque la puerta estaba cerrada con candado o con clave o con destino.

Llevo mi amor austero en el bolsillo, esperando que un día se confunda con el cigarrillo o se escape por el agujero del pantalón y termine en ese espacio entre telas donde casi nada tiene nombre. También se resiste, también le gusta el juego. Y de pronto aparece como un chispazo violento capaz de volar una central de Edenor, porque todavía no aprendí a mentirte. Y yo sigo metido en este mundo de utilería que con un solo empujón perdería las luces del escenario.

PibedeVictoria

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