¿Recuerdas la vez que me preguntaste que sentía por ti? yo sí, lo recuerdo todo el tiempo porque nadie me había hecho preguntas tan directas hasta que llegaste tú. Por primera vez en mi vida, me sentí descubierta y acorralada por cosas que ni si quiera podía describir, era extraño para mí, porque apenas habían pasado semanas, o menos, que habíamos compartido la cama y ni si quiera unos besos (y estaba loca por ti como una adolescente descarrilada), pero, yo te quería, porque toda mi vida había sido ambiciosa, intensa y arrebatada, ni si quiera podía pensar en nada más que no fueras tú.
Me daba verguenza confesarte mis sentimientos como una niñata de secundaria, ni si quiera sé por qué, o quizá sí, en realidad, tú siempre lograste ver a través de mí. Es fácil deshacerme entre tus manos como arena movediza o agua, porque me conviertes en todo lo que puede desarmarse o derretirse porque ese es tu poder en mí. Supiste calarme profundamente, tanto que te siento hasta los huesos, ahora, desde siempre. Lamento no haber sido lo suficiente valiente para abrirme el pecho y decirte esas dos palabras que me daban escalofríos mencionar, porque siempre me ha costado hablar, porque me cuesta sentir y que hayas invadido lo que soy, con todo lo que eres tú, me destrozó (de la mejor manera, mi corazón siempre ha estado a salvo contigo).
Me destrozaste y me trajiste devuelta a la vida, a sentir lo que no sentía, a querer lo que creí que no existía, a ser y deshacer. Desde que me tocaste con tus manos suaves y cuidadas, desde que dijiste mi nombre por primera vez, yo tuya fui,
tuya soy,
y tuya seré.
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