El crepúsculo había llegado a un viernes que ya estaba culminando, el sol se estaba despidiendo del cielo y el Príncipe salía de su reino, un reino que muy pocos han visto y saben de su existencia a pesar de eso lo relatan como una fábula de fantasía por las criaturas que ahí habitan.
Un reino rodeado de grandes altos árboles como fortalezas que a simple vista te impactan con su grandeza, árboles inofensivos que todo lo ven y todo lo escuchan un gran bosque viviente con ojos de lechuza.
Aquella noche el príncipe caminaba por el bosque pasando sus fronteras sintiendo un vacío enorme, sus pasos y su mirada estaban ocultos a la próxima madrugada, sentía que su mundo se estaba derrumbando, andando errante con la mirada perdida sin dirección alguna, con la sombra de la muerte acosándolo con sus garras queriendo tocar su sombra en la oscura noche. Creía estar solo por los bosques de su madre pero aquella noche se chocó con la mirada de una joven y bella dama, sus ojos marrones destellantes, su piel canela suave y sus cabellos largos oscuros ondeantes sellaron las miradas de aquel septiembre de un viernes moribundo por acabarse.
El miraba su boca roja fina para besar pero no sabía cómo hacerlo y cómo ella iba a reaccionar, el silencio como cómplice los envolvió juntándolos poco a poco hasta sentir el aliento de cada uno y sin pensarlo sus labios se juntaron, uniendo sus almas porque al fin se habían encontrado.
Salieron del encierro que el mundo había hecho para ellos, chocando sus manos al caminar uniendo fuertes lazos que la mente no entendía pero el corazón si lo comprendía y sonreía de alegría por que el amor que se había apagado en su corazón volvía a brillar reflejándose en los ojos de aquella joven haciendo dar un paso atrás a la muerte en su marcha peregrinal.
Aquella noche que se conocieron sentían que se conocían de otro tiempo, caminaban juntos sonriendo sin entender lo que estaba naciendo en ellos. Se despidieron y él le pidió volverse a encontrar a lo que ella le robo un beso huyendo con la respuesta ah algo muy obvio que él vio en sus ojos en el robo y la noche fresca de aquel septiembre primaveral la fragancia del amor los cobijaba; pasaba el tiempo y ya se extrañaban.
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