Calaveras y Diablitos
I
Son la representación exacta de la vida misma. Dijo que la amaría hasta los huesos, y los huesos se arraigaron en su corazón. Son como las flores que nunca marchitan, comparables con el bello canto de los cisnes. Se niega a terminar por completo; sería lo mejor, pero su dolor es su razón de existir, porque el conocimiento no sabe cómo abrazarle, y ese dolor no puede ser comparado con nada en el mundo. No busca compartir las risas; busca el amor, el duelo, la nostalgia, lo eterno, el verdadero placer que va más allá de los orgasmos del alma.
II
Mar y Tierra están destinados a quererse por la posteridad, aunque la sequía lo deje sin peces o las tormentas lo ahoguen. Están unidos por la misma fuerza que los separa: dos mundos diferentes que yacen en un mismo cauce. La verdadera filosofía del amor forma un vínculo irrompible con el paso del tiempo y no muere en la tumba. Lo desigual del asunto es que, siendo uno reflejo del otro, no fue eterno, porque nada en la vida puede serlo. No todos tienen el lujo de crecer en compañía; no todos saben cómo querer y dejar ir. Se aferra a sus escritos porque son el único medio para volverla a ver.
III
Un querer con arrugas en la piel, un corazón sin pulso, un amor muerto embalsamado en su ataúd. Impetuosa es mi visión de ti, necio es el mundo por alejarme de mi cauce, donde ya no hay cabida para lo íntimo. Solo y eternamente me quejaré del mundo, de la realidad y de los sueños. Me perdí camino al mar; comprendí todo antes de hundirme en tus tormentos. Yaces bajo tierra y mis lágrimas no riegan tus flores. Las palabras no son suficientes; ya nada lo es.
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