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mi café se ha enfriado.
lo dejé sobre la mesa,
frente a la ventana,
donde el viento helado de febrero,
deslizándose sin ruido,
deshizo mi calidez matutina.
aún así, lo bebo.
lo bebo porque fui yo,
tonto y distraído,
quien dejó la ventana abierta,
quien permitió que los susurros de mi soledad
hicieran eco en mi refugio marchito.
ahora la taza yace fría, vacía, desierta.
es como observar un retrato solemne,
una pieza sin vida ni propósito,
mientras el silencio,
deliberado y despiadado,
compone una última melodía para mi alma.
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